Como los niños que creen que si se tapan los ojos simplemente desaparecen, algunos vecinos defienden que las instituciones que se dedican a ayudar a personas en exclusión social deben estar alejadas de las urbanizaciones y sus residentes, como si los que acuden a pedir ayuda no formasen parte de su mismo ecosistema y mereciesen ser desterrados a un lugar donde nadie pueda verlos, donde sus necesidades sean intangibles y no interfieran en las de los demás, donde sus problemas no les toquen, porque no los sienten, al menos por ahora, como propios.

"Si el fin de las entidades es lograr la reinserción de sus usuarios, sus locales no deberían estar alejados sino en la ciudad y a mano para todos", explica el trabajador social del Programa Sísifo, de la Fundación Érguete-Integración, Jacobo Gómez, que atiende a una media de setenta usuarios al día en un pequeño local en el laberíntico Barrio de las Flores.

Lo dicen los técnicos de las instituciones pero también los usuarios que, en algunos casos, se quejan, por ejemplo, de tener que ir hasta A Grela a buscar la metadona porque eso implica coger el autobús.

El coordinador del Comité Antisida A Coruña (Casco), Iván Casanova, defiende que lo más importante para encontrar el equilibrio entre las instituciones, los usuarios y los vecinos es "la comunicación", la confianza para poder decirse sin tapujos qué cosas molestan y cuáles deben corregirse para que la convivencia sea placentera para todos. "Cuando hay algo que no les gusta, los vecinos bajan y nos lo dicen y nosotros lo cortamos, si se lo callan, eso que podía solucionarse sin problema se queda ahí y se junta con otra cosa y otra más hasta que, un día, todo estalla", comenta Casanova.

Óscar Castro, que es el administrador de la Cocina Económica, ya no quiere utilizar el argumento de que la institución estaba en la calle Cordelería mucho antes de que los vecinos se mudasen al barrio, incluso antes de que sus abuelos hubiesen nacido. No lo quiere utilizar, aunque sea cierto y pudiese contrarrestar alguna voz opositora a su presencia en la zona, porque con el paso del tiempo, la institución se ha cargado con otros que pesan todavía más que ese.

"No nos vale ese argumento ya porque en esta cocina se hace de comer para 1.300 personas cada día y solo 250 vienen a comer aquí, al comedor", comenta Óscar Castro. Y es que, en los fogones de la calle Cordelería se cocinan a diario raciones que, después, se reparten en O Birloque, la Sagrada Familia y O Castrillón, porque, aunque tengan un techo bajo el que guarecerse, hay familias enteras en la ciudad que no podrían alimentarse si no fuese por estas fiambreras solidarias.

Estas entidades, algunas más arraigadas y con más experiencia en la ciudad que otras y siempre con adversidades en el camino, han conseguido integrarse en sus barrios de acogida o que los vecinos que se instalaron a su alrededor les reconozcan como iguales.

La oposición que la Institución Sor Eusebia se encuentra ahora en los vecinos de Eirís para la puesta en marcha de su proyectoInstitución Sor Eusebia vecinos de Eirís Mi Casita, para dar una alternativa habitacional a las personas sin hogar de la ciudad, ya la vivieron antes otras entidades, una de ellas la Asociación Ciudadana de Lucha Contra la Droga (ACLAD).

En 2001, el centro que tenía en la ronda de Nelle se vio obligado a trasladarse a A Grela, aunque, primero, estuvieron sobre la mesa otras ubicaciones, como Lonzas, que se rechazó por la negativa de los vecinos, después Oza, pero la parcela que se les ofrecía estaba muy cerca del tanatorio y no era apropiada para el servicio que ofrece la entidad. Los que protestaron finalmente con la elección del polígono industrial de A Grela fueron los empresarios, aunque sus temores no fueron suficientes como para frenar el traslado.

Ante situaciones como esta, Casanova defiende que las voces que se alzan son solo las discordantes, las que ponen el no por delante. "Los vecinos que están de acuerdo o aquellos a los que les da igual que una institución se instale en su barrio se quedan en casa, no se manifiestan", comenta. No es una competición en el que partidarios y detractores echen un pulso ni de quién impone su voluntad sino de ofrecer una ayuda a los que más lo necesitan, prestar unos servicios que están ahí para poder volver a engancharse, si es posible, a una vida normalizada.

Nadie critica abiertamente su labor aunque, muchas veces, los vecinos desearían que, en lugar de estar bajo su portal, sus fogones, sus duchas y lavadoras estuviesen escondidos, alejados de su vista, como si eso pudiese borrar que existen y que alguien las necesita.

La presidenta de la asociación de vecinos de Ensenada do Orzán, Aure López, defiende que el "sentir general" de los residentes en la zona es que la Cocina Económica, "como otras instituciones y en otros lugares" podría plantearse "evolucionar" y dejar de tener en la calle Cordelería su sede. Un lugar céntrico, accesible para todos, también, claro está, para sus usuarios.

Las vecinas de Casco, sin embargo, que tiene su punto de calor en la calle Padre Sarmiento -un local en el que a nadie le falta su taza de café, su plato caliente de comida ni su ducha y ropa limpia- dicen que ver a diario a los usuarios y también dejar de verlos cuando deciden irse o la muerte les encuentra en una noche fría de invierno, les ayuda a no olvidarse de que la vida también es eso.