Haydn compuso en diez días su insólita obra concertante para cuatro instrumentos solistas en hermanamiento poco habitual: violín, violonchelo, oboe y fagot. Para tan extraña asociación, la dificultad se hallaba en el equilibrio de los diferentes timbres; pero el compositor, con sesenta años de edad, tenía un extraordinario oficio compositivo y consiguió una partitura magnífica que obtuvo un gran éxito en su estreno londinense. En cuanto a Bruckner, el problema del equilibrio se encuentra en la estructura misma de las sinfonías y en el desarrollo de las ideas: reiteración de los temas, desmesura de las dimensiones, violentos contrastes dinámicos. La Sexta no constituye una excepción: dura más de una hora, las repeticiones son innumerables, los volúmenes, con frecuencia, atronadores. Pero es verdad que algo tiene este compositor cuando muchas grandes batutas han mostrado su predilección por la obra de este músico tan peculiar en su vida y en su obra. Russel Davies realizó un trabajo espléndido con la mesura gestual propia de un director experimentado, que domina su métier. En Haydn, supo concertar a los cuatro solistas entre sí y con la orquesta; en Bruckner, traducir toda la cambiante potencialidad de una obra que a nadie deja indiferente. Se mostró muy complacido con la orquesta; tal vez sorprendido de su altísima calidad en repertorio difícil, Y agradecido por la acogida de un público ejemplar que llenaba el auditorio y le premió con exclamaciones de entusiasmo.