Nací en Agolada, en la provincia de Pontevedra, pero me considero coruñesa porque pasé casi toda mi vida en esta ciudad, a la que venía desde muy pequeña con mis padres, Manuel y Carmen, que tenían una tienda, a visitar a la hermana de mi padre, que vivía en Riazor. Los veranos los pasaba aquí con mis familiares y a los doce años me vine de forma definitiva para estudiar y después hacer la carrera de Magisterio.

Al terminar los estudios hice oposiciones y me tocó una plaza en Navia de Suarna, donde estuve varios años hasta que me trasladaron a Lalín, donde pasé seis años hasta que me destinaron a esta ciudad, primero al colegio Sanjurjo de Carricarte y luego al Montel Touzet, donde terminé mi vida laboral después de casi cuarenta años como profesora.

En mi niñez mis amigos coruñeses fueron mis primos Pablo, José Antonio, Paco y María Jesús, con quienes jugaba en las plazas de Portugal y Pontevedra, que entonces estaban llenas de árboles, por lo que daba gusto jugar en ellas, así como en la playa de Riazor, de la que recuerdo las casetas de madera para guardar la ropa y las cuernas que había desde la arena hasta el mar para que los que no sabían nadar se agarraran, entre ellos yo misma, que aprendí a nadar allí.

De los cines me acuerdo de los Savoy, Coruña, Equitativa, Colón y Rosalía, donde había que hacer cola una hora antes para conseguir las entradas. Me gustaban mucho las películas de Marisol y Joselito y, cuando empecé a ir con mis amigas en la juventud, las de Sara Montiel, Sofía Loren, Gina Lollobrigida y Romy Schneider. Muchas de esas películas eran para mayores con reparos, pero si aparentabas ser mayor, te dejaban pasar, mientras las amigas se quedaban fuera esperando a que se marchara el policía que vigilaba en la puerta, ya que el acomodador nos dejaba pasar.

Mis amigas de aquellos años fueron Ángeles, María Jesús, María Luisa, Rosita, Estrellita, María José y Gloria, con quienes pasé grandes momentos, sobre todo bajábamos al centro a pasear por la calle Real y los Cantones, así como por las calles de los vinos, donde parábamos en el Siete Puertas, la Bombilla y el Kirs. En verano íbamos mucho a las heladerías La Italiana y La Ibense, así como al Gasthof de La Marina.

La Semana Santa siempre la pasaba en Agolada, donde me casé con Enrique Vidal, a quien conocía desde la niñez y con quien tuve tres hijos, Ana, Yolanda y Pablo, la segunda de las cuales me dio una nieta llamada Alba. Mi marido, ya fallecido, fue militar y estuvo destinado en el cuartel de Infantería. Nuestro primer hogar en la ciudad fue en la avenida de Hércules, de donde nos trasladamos a las viviendas militares de la Ciudad Vieja, de donde me trasladé a Os Rosales al fallecer mi marido.

Con la ayuda de mis amigas, muchas de las cuales también eran profesoras, formé una asociación de viudas y viudos en la que hicimos muchas actividades y en la que llegamos a ser un centenar de socios, aunque tuvimos que cerrarla en el año 2000 por falta de ayudas de las instituciones, ya que las cuotas que pagábamos eran insuficientes, aunque nuestro grupo sigue reuniéndose y algunas de nosotras participamos en actividades del Club de Jubilados de Afundación como gimnasia, coro y musicoterapia.

También organizamos comidas en el Casino dos veces al año, por lo que sigo disfrutando de mis amigas de siempre.