Nací en el municipio lucense de A Pontenova, donde vivían mis padres, Higinio y Rosalía, quienes al poco de mi nacimiento decidieron venirse a esta ciudad junto con mis hermanas - Ana, Irene y Rosa Mari-, así como con mis tíos debido al cierre de las minas de hierro de Taramundi, en las que trabajó mi padre. Al llegar aquí, se dedicó a trabajar en la construcción, mientras que mi madre lo hizo con las tareas de la casa.

Nos instalamos en el lugar de Caldemoreiras, en San Pedro de Visma, que entonces eran solo cuatro casas y que hoy están en el parque Adolfo Suárez, aunque entonces era como una pequeña aldea alejada del casco urbano en la que la única comunicación era el tranvía número tres, que llegaba hasta Peruleiro. En Visma viví los mejores años de mi vida, donde compartí todas mis vivencias de la infancia y la juventud con mi pandilla, formada por Gonzalo, José da Villa, Pardo Vila, Méndez, Roberto, Soto, Gelín, Oregui, Antonio, Pachuco y Vilaboa, con quienes viví momento inolvidables hasta que me casé.

Nuestros juegos transcurrían por Visma, Katanga, Corea, Labañou y Os Mariñeiros, así como por O Portiño, el monte de San Pedro, donde estaban las baterías de costa, las cochiqueras de los cerdos y la antigua plataforma donde los camiones tiraban la basura al mar. Cuando teníamos una pelota de verdad, disfrutábamos de ella jugando partidos en los campos de los alrededores contra otras pandillas. Algunas veces también jugábamos al frontón en la muralla de la Escuela de Comercio, donde solían reunirse también muchas pandillas para jugar al fútbol.

Mis hermanas y yo estudiamos en el colegio de Os Mariñeiros, entonces conocido como Grupo de Pescadores, en el que aprendí las tres reglas e hice los estudios primarios, ya que a los catorce años me puse a trabajar, al igual que la mayoría de mis amigos. Mi primer empleo fue en la empresa Jago, en San Pedro, y después en la factoría de Emesa, de donde pasé a Francisco Parada y luego a Arias Nadela, en la que terminé mi vida laboral.

Cuando íbamos a las fiestas de Palavea, teníamos que ir andando atravesando campos, ya que todavía no estaba construida la avenida de Alfonso Molina. Hacer aquel recorrido era para nosotros una aventura, aunque si nos daba el hambre siempre teníamos donde coger alguna fruta o tomates. Los domingos y días de fiesta significaban mucho para nosotros, ya que si nos daban la paga podíamos ir al cine en salas como el Finisterre, Rex, Doré, España y Monelos, aunque algunas veces también fuimos al Hércules pese a que nos quedaba lejos. Cuando íbamos hasta allí también alquilábamos bicicletas en los talleres de las calles San José y el Orzán, con las que hacíamos grandes recorridos hasta As Xubias, El Seijal y O Carballo, donde hacían el cruce de vías los viejos tranvías Siboney que iban a Sada.

De pequeño jugué al fútbol en los equipos Aguia y San Juan, tras lo que fiché por el Sin Querer y más tarde por el Fabril. Posteriormente estuve en el Español, de nuevo en el Sin Querer, Sada, Miño y Orzán, hasta que colgué las botas después de veinticinco años, en los que compartí grandes momentos, sobre todo con mi gran amigo Oregui. En esos años hice una nueva pandilla en Rubine, de la que formaron parte Nacho, Pachuco, Jimmy, Guzmán, Tonecho, Piño, Suso y Manel y que compartí con la anterior.