Hace 25 años, José Manuel Queijo era el jefe de producción de la Sinfónica. Hoy también. "No tenía nervios" en el que iba a ser el primer concierto de la formación porque ya llevaba "muchos de grandes orquestas a las espaldas", recuerda, aunque reconoce que aquel fue especial. Dice que, desde entonces, cambiaron algunas cosas, que cuando empezaron a darle vida a este proyecto creían que se iban "a comer el mundo", eran muy jóvenes y la mayoría de los músicos nunca había pisado la ciudad, no conocía a nadie y su familia era la orquesta. Ahora, con un cuarto de siglo de experiencia a las espaldas, su vida ya está aquí, ligada, inevitablemente, a las siglas OSG. Queijo asegura que "no cambiaría nada". No lo haría porque defiende que, en esta "casa" siempre han hecho las cosas "lo mejor que sabían" y que eso, los años, "la serenidad y tranquilidad" adquiridas con el paso del tiempo no se ha perdido.

Tal día como ayer, cuando se cumplieron 25 años de aquel primer concierto, él ya estaba en el Palacio de la Ópera, yendo y viniendo, controlando que todo sonase lo mejor posible en un espacio que no había nacido para ser el cuartel general de la una orquesta sinfónica sino un palacio de congresos. Mientras tanto, Nicolás Gómez Naval estaba bastante ocupado comiendo y durmiendo. Era un bebé. "Tenía unos meses cuando fue el primer concierto", dice mientras calienta en la parte de atrás del escenario, con la trompa entre las manos. Es uno de los últimos músicos que entró en plantilla de la formación y de los pocos gallegos, aunque tras más de veinte años de vida, ahora ya todos lo sean un poquito. "Para mí es un privilegio, porque empecé en la Orquesta Joven con catorce años, después volví con 17 y me quedé hasta los 21, ahí empezó todo, soy fruto de la rama pedagógica de la orquesta y eso me hace sentirme más comprometido. Saber que estás tocando para tu público es una responsabilidad muy grande, pero también una motivación profesional", comenta, a pocos minutos de que empiece el concierto con el que la formación celebra su 25 cumpleaños.

En el escenario, sobre los atriles, las partituras de la Cuarta y la CuartaSéptima Sinfonía y, además, en un folio, las notas del Cumpleaños feliz en un pentagrama. Una sorpresa que no sabían los que se sentaron en las butacas, las mismas que oyeron aquel concierto de bienvenida, y que el director, Dima Slobodeniouk, les anunció como un tema cortito, para "cantar todos juntos". Entre el público estaban ayer el exalcalde Francisco Vázquez, su homólogo en la actualidad, Xulio Ferreiro, y también la conselleira de Medio Ambiente y presidenta del PP local, Beatriz Mato, pero también abonados, los que lo son desde el primer día y los que se unieron con el paso de los años, también invitados especiales de esos que son Sinfónica, aunque no lo sepan o aunque no lo crean, como trabajadores de empresas que prestan servicios a la formación y que operan cuando las luces se apagan. En una cabina, muy arriba, los técnicos que se encargan de retransmitir el concierto en streaming para YouTube. "Clarinete, a la trompa y al fagot, al director, dentro, cierra?", dice Antonio Cid, a los mandos de la realización.

Si el violinista Florian Vlashi, que se perdió el primer concierto de la que era ya su nueva orquesta, porque estaba de gira por Italia, echa la vista atrás dice que no se da cuenta de los cambios sufridos, que sí se nota alguna cana y la ausencia de algún amigo. "Es un trabajo que se hace día a día y desde dentro no lo aprecias, pero cuando ves a tu hijo o al de tu compañero tocar a tu lado, ahí sí que te das cuenta de que han pasado muchos años", comenta, ya con la pajarita blanca puesta, dispuesto para tocar y es que, sus hijos, como algunos de los de sus compañeros ha ido creciendo con la orquesta y también en su cantera, en sus formaciones jóvenes, que no eran ni siquiera un sueño cuando todo empezó.

Dice José Manuel Ageitos, el regidor (es el que se encarga de dirigir todo lo que pasa en el escenario), que esta orquesta sonó bien "desde el principio", aunque podría todavía "hacerlo mucho mejor" si lo hiciese en un auditorio preparado para la música clásica. Son 24 años detrás del escenario así que, a grandes males, grandes remedios. Con el tiempo, se han ido acostumbrando al espacio y a buscar soluciones para sus carencias. "Ahora pusimos unos paneles en los laterales y cerramos el escenario para proyectar el sonido mejor", explica. De su trabajo depende que cada músico tenga su silla y su atril en su sitio, que su mayor preocupación, cuando entran en su territorio, sea tocar y hacerlo lo mejor posible para que el público disfrute.

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La Orquesta Sinfónica de Galicia celebra su 25º aniversario

Ruslana Prokopenko es de Ucrania y toca en la Sinfónica desde 1998, se fue unos años a San Sebastián, donde tenía plaza, pero enseguida volvió, dice que, lo que más le sorprende de la orquesta es su unidad y que la gran familia que han creado sea capaz de maravillar a grandes directores y solistas. "Cuando vienen, nunca se imaginan que, en un sitio tan alejado, hay una orquesta tan buena. Nos dicen que no se lo creen, porque tenemos otros proyectos diferentes y siempre intentamos dar lo mejor de nosotros y esa entrega no la encuentran en otras orquestas de gran nivel". De los cambios introducidos durante todos estos años, la violonchelista destaca la creación de los Amigos de la Orquesta, que les ha dado la oportunidad de conocer a los abonados y de saber quiénes son los que, cada concierto, les aplauden por hacerles sentir y volar desde sus butacas. Pero, ¿se puede mantener la ilusión durante tantos años sobre el escenario, ya sea delante o detrás? El violinista y director de la orquesta de niños, Enrique Iglesias, dice que sí de manera rotunda, que hay que entrar en el Palacio de la Ópera cada tarde "como si fuese la primera" y que a eso ayuda mucho también ver cómo la formación se va regenerando, cómo le da la oportunidad de crecer a los que se han criado en su cantera y cómo le abre las puertas a los que han llegado de otras escuelas para seguir engrosando lo que no deja de ser "una gran familia".

"Yo llevo más tiempo conduciendo que estos chicos viviendo", bromea Amy Schimmelman, en un descanso de su calentamiento. El paso del tiempo, que la Sinfónica cumple años, pero que es todavía muy joven, se nota detrás del escenario, en las fundas de los violines, algunas con fotos de familia, con integrantes que nacieron en otras latitudes pero que, en A Coruña, han encontrado un lugar en el que quedarse y seguir creciendo.

"Ahora lo que tenemos que hacer es seguir soñando y creciendo para que más niños se beneficien de este proyecto", decía ayer el gerente de la Sinfónica, Andrés Lacasa, porque para él y para los integrantes de la formación, es "un sueño cumplido" que resuene el Cumpleaños feliz en el Palacio de la Ópera.