Varias asociaciones de defensa de la sanidad pública, entre ellas la de Galicia, hacen ascos a los 320 millones donados por Amancio Ortega para renovar los equipos oncológicos en los hospitales públicos españoles porque es una "limosna". Exigen que la sanidad se pague con impuestos. Un planteamiento impecable. Pero mientras aguardamos por ese improbable mundo feliz, especialmente en una comunidad como la gallega, con un monumental desequilibrio entre ingresos fiscales y gasto sanitario, ¿qué pasará con los miles de enfermos de cáncer que carecerán de un diagnóstico a tiempo o un tratamiento más avanzado? Como dicen los enfermos, el cáncer no espera y con que la donación sirviera para salvar una vida, el agradecimiento debería ser mayúsculo.