A Armando Soto se le puso el otro día la carne de gallina cuando en la televisión vio imágenes recuperadas por los informativos de Ignacio Echeverría practicando skate. No conocía al coruñés víctima del atentado terrorista del pasado sábado en Londres, en el que murieron ocho personas, pero patinar sobre una skateboard por las calles o en circuitos especiales era algo, "una pasión", que le unía a él en la distancia. Por eso Armando se conmovió.

Ayer conversaban sobre ese hilo invisible con Ignacio, Soto, El Chino, Óscar Geody y Alexander Golovanov, en el epicentro actual de la cultura skate de la ciudad, la pista de Os Rosales. Los cuatro son amigos de A Coruña que, desde que eran niños y cada uno en un lugar distinto, viven el skate. Hoy, en Os Rosales, comparten pista con chavales que aún no han cumplido una década de vida o aficionados que han vuelto a engancharse. La tabla les ha unido muy estrechamente con el paso de los años. Porque el skate une, seduce, atrapa y "puede llegar a darte todo en la vida, como los amigos", reconoce Geody. Con la misma pasión y cariño hablan los cuatro de un deporte que, como a Ignacio Echeverría hasta el sábado desgraciadamente, les acompaña entre los costumbres cotidianas de la vida.

En los próximos Juegos de Tokio, el skate se estrenará como disciplina olímpica. Desde el rincón peninsular de A Coruña los skaters ven este debut como un gran paso para la regularización y consolidación de una modalidad de carácter urbano que en la ciudad convive ensombrecida por otras prácticas más populares. Cada uno, a su manera, se esfuerza por llevar la tabla de skate más allá. Alexander, por ejemplo, un ruso de 30 años que lleva tres en la ciudad y media vida sobre una tabla -la Torre de Hércules tatuada en un antebrazo-, creó la primera escuela de skate en Rusia y ahora pone los cimientos de otro centro de aprendizaje indoor en A Coruña, North Side; ha enseñado a casi un centenar de chicos, entre ellos Luis Cabarcos, de 6 años, que ayer patinaba y hacía piruetas en Os Rosales. "El skate es cultura, es deporte, es ocio, es convivencia", proclama Golovanov.

Unos 200 skaters se entregan a su deporte con regularidad en la ciudad. En la pista de Os Rosales o en la de módulos de Eirís, ahora algo abandonada y para la que Geody ha pedido su remodelación al Concello a través de los presupuestos participativos. También en instalaciones en Arteixo y Carral. Otros, los más fanáticos, incluso van de vacaciones a capitales del skate como Barcelona o Berlín. Competir no es lo más importante, sino practicar, que no entrenar; de hecho, no son muy numerosos los torneos y la mayoría los promueven marcas comerciales. "Nosotros no entrenamos, quedamos para patinar", matiza El Chino. Y le dedican a ello tres o cuatro horas al día dos o tres días a la semana, la inversión que haga falta en tablas, equipamiento y calzado, no pocos golpes y caídas y, por supuesto, pasión.

La familia skater coruñesa no es muy amplia pero sí "unida, sana y abierta", reconoce Soto. Está el Skate Club Galicia desde hace medio año y la Asociación Coruñesa de Skaters, además de algún centro privado, colectivos y proyectos, como Martian Altruism. "Desde fuera se cree que somos gente cerrada o poco social, al contrario: en el skate cualquiera es bienvenido", dice Geody y reafirman los demás.