¿Se imagina pasar por la Galera sin disfrutar del aroma que sale de Azafranes Bernardino o sin ver las cabezas con peluca del escaparate de Monna Lisa, o dejar de admirar la fachada centenaria de la pastelería La Gran Antilla? Una ciudad la conforman sus vecinos, su historia, su pasado, sus paisajes y sus monumentos, pero también su memoria sentimental, en la que el comercio local tiene que tener un papel protagonista que debe protegerse. Las fachadas artísticas o de locales históricos son también un patrimonio de los coruñeses, y acaban de ver desaparecer una de las que embellecían la esquina de las calles Nova y Olmos: la de la joyería Helvetia.

Escaparates formados por arcos de medio punto aplastados y bordeados por un trabajo de madera, hacia la rúa Nova; y tres singulares ventanas ovaladas rodeadas también de marquetería con sus graciosos toldos semicirculares, sus esmaltes de colores, un juego de vidrios y dos composiciones de azulejos. Así era la fachada de esta joyería, totalmente diferente a todo lo que existía en la urbe coruñesa.

La joyería abrió en 1948 (aunque el grupo Amor se creó en 1885), fue ampliada en 1962 y sobrevivió a un incendio en el 71. Cerró en enero del año pasado y hace unas semanas su lugar lo ocupa la óptica Castro, que ha dejado la fachada en un liso cemento blanco. Sí conserva una de las puertas laterales, de espectacular enrejado estilo modernista.

La pérdida de esta fachada artística se une a otra reciente, la de la también joyería Malde, que cerró en febrero de 2011 tras más de cien años de historia, con su afamada platería y su prestigio como proveedor de la Casa Real en su día. Tenía un pequeño escaparate curvo y azulejos negros y plateados en los pilares y el frontón. Su lugar lo ocupó la tienda Vazva, que al menos conservó los azulejos del frontón