Desconozco quien es la persona autora de la frase. Pero esta define exactamente lo que ha sido la larga y dura vida de aluminio de una aeronave, la Helimer 209, que ha prestado, hasta hace un nada de tiempo, servicios impagables a la comunidad marinera nacional e internacional desde su base en el aeropuerto coruñés de Alvedro.

La imagen tan familiar de este helicóptero de Salvamento Marítimo ha suscitado, al tiempo que la intranquilidad de quienes le veíamos cruzar el cielo de la ciudad en cualquier misión, la tranquilidad de aquellos que, en apuros, le avistaban en la mar. Sus intervenciones, incontables en la memoria personal, han dejado tras sí una estela imborrable de historias humanas desgraciadamente muchas de ellas teñidas en negro porque, a pesar del enorme esfuerzo de sus tripulaciones, el Helimer no pudo llegar a tiempo para rescatar a quien precisaba de su asistencias.

En varias oportunidades compartí maniobras a bordo de ese helicóptero amigo. Se me hizo tan familiar que jamás sentí el más mínimo recelo a la hora de emprender el vuelo. Siempre le vi seguro, fuerte, con la potencia adecuada para atender los embates del viento y las tormentas, incluso el fuego y el humo de incendios registrados a bordo de buques a los que a lo largo de su existencia ha tenido que auxiliar.

Ahora, como a uno mismo le llegó hace diez años, al Helimer 209 le llega la jubilación. Y aquellos que deciden -en ocasiones sin pensar demasiado- han optado por un desguace parcial, de modo que este vetusto helicóptero preste un último servicio a sus hijos o nietos generacionales: sus interioridades van a ser distribuidas entre otras unidades Helimer que precisen recambios, con lo que de la estructura del anciano 209 no va a quedar ni un remache en su fuselaje de aluminio.

A Coruña, los coruñeses de mar y los de tierra, no quieren un final de este tipo para el abuelo Helimer 209. Lo quieren -como en su momento quisieron que se hiciera con la embarcación Blanca Quiroga de la Cruz Roja del Mar- por cariño y como reconocimiento a los servicios prestados, en su día a día, en Alvedro o en una lugar en el que pueda ser visitado como a un héroe que, finalmente, descansa entre los suyos. No desean un final como el que la Armada otorgó al Galatea o el que se otorga al Príncipe de Asturias. El Helimer 209 no se lo merece, sencillamente, y debe pasar a formar parte de la pequeña o gran historia de la mar que no se ha querido ir escribiendo año a año en las inmediaciones de la Torre de Hércules. ¿Qué mejor parque temático? Y qué extraordinario lugar para dar el descanso de vida, que le corresponde, a una aeronave con tanta historia como la que el Helimer 209 ha ido acumulando, porque también este área histórico-cultural lleva inscritas dolorosas experiencias como, entre otras, las del pesquero Isla o los petroleros Urquiola o Aegean Sea. También las de los percebeiros que dejaron en las rocas de la zona lo más preciado de su existencia, o los marineros que intentaron sujetarse a la última ola, a la espera del sonido de un rotor que les transmitiera nuevas fuerzas para aguantar hasta que el rescate se consumara.

Y cómo olvidar la denodada batalla contra las corrientes y las olas, también las imprudencias, de aquellos que, en las playas del Orzán y Riazor, querían aprovechar el sol, la arena y las olas impregnadas en su piel y que, si al fin lo lograron, se debe a los rescatadores por mar, tierra y aire de un servicio al que, junto al Helimer 209, hay que rendir tributo porque, de no ser por ellos, la historia marítima de esta tierra sería muy otra.

"Salvar al salvador". Que el Helimer 209 se quede entre los suyos y no repartido en una herencia lastimosa entre aquellos que le siguen. A Coruña lo quiere. Y lo demanda. Salvémoslo.