El profesor de la Escola de Arquitectura Fernando Agrasar asegura que, cuando algunos de sus colegas de fuera vienen a visitarlo, el Barrio de las Flores es una parada obligada, sobre todo, el módulo realizado por José Antonio Corrales, que recibió el premio Nacional de Arquitectura en 2001. A pesar de que el crecimiento de la ciudad ha borrado el impacto visual del barrio, de que sus renovaciones han sido anárquicas y de que, parte de sus líneas se han diluido, los arquitectos defienden que es una obra maestra.

"Desde un punto de vista arquitectónico, la unidad número 3, de José Antonio Corrales fue una de las mejores piezas modernas de la arquitectura española", explica el profesor de la Escuela de Arquitectura de A Coruña Fernando Agrasar. Y es que los solares de esta zona de entrada en la ciudad se convirtieron en un lugar hecho a medida para familias humildes y expropiadas, con su centro parroquial y sus soluciones nacidas para los residentes, con materiales "de última hornada", aunque nunca llegase a funcionar tal y como el autor lo había planeado.

"Su propio trazado urbanístico y su posición hicieron que la presión urbanística no fuese muy fuerte. A principios de los 80, había árboles a ambos lados de Lavedra y la silueta de la unidad vecinal de Corrales era la puerta principal de la ciudad, la primera pieza construida y era una entrada magnífica, que ahora se ha perdido", recuerda Agrasar. Matogrande, para entonces, no era ni siquiera un proyecto.

"Al no haber comercios en las calles, son barrios que no tienen la misma vida que un centro urbano, pero frente a todas esas críticas, basta comparar la calidad espacial que supone vivir en Matogrande con el Barrio de las Flores y gana por goleada el Barrio. Otra cosa son los edificios, porque es vivienda barata, con los estándares de los años 60, así que no hay ni ascensor ni calefacción, porque primaban otras necesidades", comenta Agrasar.

Sobre cómo ha envejecido el Barrio de las Flores, el arquitecto lo tiene claro: "El tiempo no tiene la culpa de nada", fue la "falta de consideración social del barrio" así como de "inversión pública" el que lastró "el mantenimiento" del lugar. Y es que, durante décadas, los vecinos vivieron en una zona de la ciudad que no salía en los presupuestos de las administraciones, solo quienes eran del Barrio de las Flores sabían qué pasaba allí, porque muy pocos eran los que decidían mudarse si no habían crecido allí, en el laberinto de los bloques, las margaritas y las orquídeas. Agrasar afea "a las autoridades" que hubiesen convertido durante a años a esta joya de la arquitectura "en un gueto social", ya que, en ningún caso, favorecieron la "movilidad" de los residentes, que el lugar fuese atractivo y abierto para los que buscaban un hogar en la puerta de entrada de la ciudad.

Recuerda una conversación sobre el revestimiento rojizo de la greca que cubre las cerchas metálicas del centro parroquial, que tuvo con Corrales "poco antes de morir". "Usaron materiales muy nuevos y no sabían cómo se iban a comportar. Me decía que, cuando la usaron, cruzaban los dedos para que funcionase, porque la acababan de poner en el mercado y ahí está, cincuenta años después. Asumió una serie de riesgos que, en este caso, salieron muy bien", sentencia Agrasar.

El arquitecto Miguel Toba, que colaboró con José Antonio Corrales, en una segunda etapa, en la que el autor planteaba una reforma en su unidad vecinal, está de acuerdo con Agrasar en que la falta de mantenimiento acabó por perjudicar a esta obra que nació para dar una solución de vivienda digna a más de 400 familias. Pero, ¿por qué les gusta a los residentes en el Barrio de las Flores tantísimo sus casas? Toba lo tiene claro, están hechas con mucho sentido. "Tienen en cuenta el aprovechamiento solar y por eso Corrales dispuso unos bloques lineales, conectados por pasarelas, para no tener que usar muchos ascensores, lo organizó con un ascensor central, de modo que una planta quedaba sin edificar y era la galería la que daba acceso a las viviendas y a las tiendas y locales", explica. Y es que, todo estaba pensado al milímetro para que el barrio, en el que se iba a instalar gente humilde, ofreciera comodidades que muchos veían fuera de su alcance.

En el libro La unidad 3, de José Antonio Corrales, de Toba, se explica que la mujer del arquitecto se encargó de decorar una de las viviendas con mobiliario de bajo coste, para que los residentes visualizasen cómo podían sacarle el máximo partido a esas casas acristaladas por un lado y con los dormitorios en el otro, con ventanas pequeñas.

Corrales ideó una intervención en el barrio para retocar su propia obra, sin embargo, ese proyecto nunca se llegó a ejecutar por "problemas con los vecinos". Y es que, según comenta Toba, en aquel ambiente, con aquellas familias, muchas de ellas golpeadas por la droga, cualquier intervención "costaba mucho" y acabaron perdiendo la subvención que se había destinado a la modernización del barrio. "Es como si el Guernika lo retocase Picasso, pero no pudo ser", sentencia Toba. Pero el Barrio de las Flores es mucho más que la Unidad Vecinal 3 de Corrales, concebida como una "miniciudad", hay obra de Andrés Fernández Albalat, Jacobo Losada, Ignacio Bescansa y José Luque Sobrini.

La razón por la que el Barrio de las Flores puede parecer caótico ahora a los que no se han criado subiendo y bajando sus calles es, según explica Toba, que las intervenciones se dejaron en las manos de los vecinos y no se hizo un plan que mantuviese los diseños originales, así que, cada familia cambió las ventanas a su gusto y en la medida de sus posibilidades, restándole poder al hormigón visto de Corrales.