Me crié en la calle Ángel Senra, donde viví con mi abuela Manuela y mi tía Andrea, ya que al año de mi nacimiento mi padre murió, por lo que vivimos en casa de mi abuela, que tenía una tienda de retales en el bajo que fue una de las más visitadas de la ciudad. Mi madre, Arcadia, era peluquera y nos visitaba varias veces a la semana, por lo que estuve muy unido a ella, de forma que fui un niño un poco mimado al ser hijo y nieto único.

Mi primer colegio fue el Sualva, en la calle Noia, que estaba muy cerca de la mía y cuyos alrededores estaban entonces sin asfaltar, puesto que aún había campos como el de la antigua fábrica de zapatos de Ángel Senra, el de los Estrapallos y el de San Cristóbal. Recuerdo que que los únicos vehículos que pasaban por allí eran el camión del Parrocho y el balilla del frutero, ya que el resto eran los carros del hielo, las gaseosas y la lejía, así como el del señor que vendía la miel y las mulas de las vendedoras de piñas, que tenían su punto de venta frente al desaparecido bar Alpe, en la calle Vizcaya.

Entre mis amigos de la calle estaban Luisito el zapatero, Manolo y Suso los del fabriquín, Adelino Reino, Magín, Pepiño, Rosita, Purita, Matucha, Pilar Moreno y los hermanos Luis y Ángel, con quienes sigo manteniendo la amistad. Entre nuestras travesuras de aquellos años está la de ir a robar fruta y maíz en las fincas de la zona, así como ir a la Granja Agrícola a coger las cañas que crecían al lado del molino para luego ir a pescar con ellas al muelle.

También solíamos coger ranas y lagartos para jugar con ellos y si hacía mal tiempo, jugábamos en los portales de las casas o cambiábamos tebeos o cuentos con otros amigos o en librerías como El Caballito Blanco, Aurorita o Magín, ya que con una peseta podíamos cambiar tebeos para toda una semana.

En el colegio nos solían castigar por prestar más atención a jugar que a estudiar, sobre todo con una vara con la que nos pegaban tanto en la mano como en el culo, pese a lo que al cabo de un rato ya estábamos otra vez a las andadas sin ningún problema.

En verano la playa que más visitábamos era la de las Cañas, junto a las ruinas del castillo de San Diego, y en O Puntal de la del Lazareto. Allí empecé a practicar la pesca submarina con mi amigo Luis cuando tenía quince años, gracias a unas gafas y un arpón que me había regalado mi madre.

A los doce años me enviaron a estudiar a la Academia Galicia y en esa época me regalaron una guitarra que aprendí a tocar, por lo que con un grupo de amigos formamos el grupo Los Halcones, con el que tocamos en guateques de amigos o del colegio. Más tarde pasé al conjunto Atracciones Cosmos, en el que toqué en salas de fiestas y parroquias de los alrededores de la ciudad, a las que íbamos en un viejo coche en el que llevábamos los bártulos y las cuatro bombillas que poníamos, con las que teníamos que tener cuidado para que no nos diera un calambrazo, sobre todo en invierno cuando llovía.

Apenas sacábamos para pagarnos los vicios y donde más actuábamos era en el desaparecido Chiquitero, en Guísamo, y en sus fiestas, así como en el Maxi, en el Marcarri de Miño, en el baile Uxes y en muchas salas que había por localidades de la provincia.

Al acabar los estudios dejé de tocar con la orquesta y me puse a trabajar en las oficinas de Pescados Botana, donde estuve unos cuantos años, tras lo que pasé a una empresa metalúrgica y luego entré en la Caja de Ahorros, en la que terminé mi actividad laboral.

En los años en los que trabajé me casé y tuve dos hijos, Alfonso y Montse, además de tres nietos, Pablo, José y Héctor.