Nací en Ferrol, pero a los ocho meses mi familia se trasladó a Monelos, ya que mis abuelos, Jacinto y Encarnación, vivían allí en el Campo de las Margaritas, cerca de la entrada de la Granja Agrícola. Años después nos trasladamos a Palavea, donde fui con mi hermano Diego al colegio del cura don José y luego al de las Oblatas en O Portádego, donde hice los estudios primarios.

A los dieciséis años entré en la escuela de la Fábrica de Armas, donde estudié para ser tornero, aunque a los diecinueve, como mi padre se había marchado a trabajar a Suiza, decidí irme también. Allí tuve diferentes trabajos, como electricista en la empresa Firestone y operario en una metalúrgica. Al poco tuve que volver para hacer la mili en Ferrol, tras lo que me casé con Teresa, que vivía en uno de los ranchitos de Vioño. Nos casamos en la iglesia de San Vicente de Elviña, de la que fui muchos años monaguillo y catequista, ya que ayudaba al cura junto con otros amigos. Tengo dos hijos, Matilde y Francisco, y tres nietos, Adrián, Zaira y Santiago.

Al llegar a Palavea formé parte de una pandilla en la que estaban Ricardo, Luis el de Veira, los hermanos Castillo, Rumbo, José Hermida, Ramón Basanta, Carmen, Rosa y Teresa. Jugábamos en la calle delante de nuestras casas o por los alrededores, que eran todo campos. Al poco de llegar al barrio se inauguraron la Fábrica de Armas y después la avenida de Lavedra, lo que mejoró la comunicación con Palavea, a la que hasta entonces había llegar por Eirís.

Jugábamos sobre todo a la pelota, que hacíamos con trapos o cualquier cosa, a cazar pájaros y lagartos, así como a coger fruta en cualquier leira de la zona. En primavera hacíamos tiratacos de madera con los que nos lanzábamos flores que metíamos a presión en las batallas que organizábamos.

Una de las cosas que más nos gustaba era ir al cine los domingos y festivos. En el Monelos cogíamos entradas de general o gallinero, donde antes y después de la película el acomodador fumigaba con el insecticida ZZ para matar las pulgas, por lo que el olor permanecía durante toda la proyección. Otros cines a los que iba con la pandilla fueron los de O Portádego y del puente de A Pasaxe. Al dueño de ese último le mataron en un atraco años después de que lo convirtiera en una casa de comidas y estanco.

Recuerdo que cuando bajaba con mi abuelo y mi hermano al centro, lo hacíamos en los bancos de madera del techo de los autocares conocidos como la Cucaracha y la Pachanga, ya que los billetes eran más baratos. Mi abuelo trabajaba en el puerto como ayudante del buzo de la Junta de Obras, por lo que cuando íbamos con él nos quedábamos a ver como trabajaba en las inmersiones y a bañarnos en las escaleras del muelle.

En verano disfrutábamos a tope de las fiestas de Palavea, Eirís y As Xubias, así como de las playas de Santa Cristina, la Barra y As Xubias. Algunas veces también nos bañábamos bajo el puente de A Pasaxe, donde se cogían buenos berberechos que comíamos crudos. Hasta allí íbamos también cuando Franco venía en verano a la ciudad y sabíamos que pasaría por allí para ver todo el séquito y escoltas que le acompañaban. A partir de los doce años empezamos a bajar al centro en pandilla para pasear por los Cantones, la calle Real y las de los vinos.

Después de casarme regresé a Suiza con mi mujer y mi vida cambió por completo, ya que solo venía a la ciudad una vez al año y mis amigos se habían casado también y cambiado de domicilio. En Suiza formé con amigos del Centro Español de Basilea un equipo de fútbol con el que participamos durante varios años en campeonatos contra emigrantes de otros países. También practiqué el kárate, afición que mantengo desde que regresé a la ciudad tras mi jubilación. También pertenezco al coro Cantares Gallegos, de O Birloque, y además soy presidente de la asociación de vecinos de Palavea, donde vivo actualmente.