Estíbaliz Espinosa ha escrito unas notas de programa como suele: brillantes e inteligentes. Para las dos primeras obras, idea unas cartas apócrifas -las confecciona con retazos de la vida de los compositores- como si ellos, Haydn, Chaikovsky, las escribieran a sus amadas platónicas; y como si ellas a su vez contestaran con otras misivas. Estas son las Letras. Para las Ciencias recurre a Bartok porque su célebre Música para cuerda, percusión y celesta es en el fondo un ejercicio matemático vinculado a la sucesión de Fibonacci. Claro que Bartok es capaz de escribir una música extraordinaria partiendo de tales bases. Eso sí: parece brotar de los fantasmas de su cerebro (recuerdo de un olvidado Gironella) muy perturbado por una gran guerra que avizora (la obra es de 1937); y el horror que encierra esa música no pasó inadvertido para el siempre genial Kubrick que la utilizó en su filme El resplandor. La versión de esta singular obra maestra del siglo XX fue verdaderamente admirable. Dima realizó un trabajo fantástico y la orquesta respondió de un modo maravilloso: una auténtica referencia. El público que abarrotaba el auditorio correspondió con una verdadera aclamación. No puedo decir lo mismo del resto del programa. En Haydn, no se logró el necesario balance entre las sonoridades de los vientos y de los arcos; éstos, con mucha frecuencia, aplastados por aquellos. Algo parecido sucedió con el concierto de Chaikovsky; en este caso, se ahogó muchas veces el bellísimo sonido que la letona Baiba Skribe obtiene de un Stradivarius prestado por la familia de Yfrah Neaman. Tal vez con la excepción de la canzonetta donde Slobodeniouk consiguió realizar un acertado acompañamiento orquestal. La intérprete fue muy aplaudida, pero no concedió ningún bis. Quizá no le mereció muy buena opinión un público que prorrumpió en bravos y aplausos tras la interpretación del primer movimiento. Una pena. Hay ciertas actitudes de obligada observancia.