En la víspera del verano del 95 crucé por primera vez la puerta de Radio Coruña. Buscaba mis primeras prácticas profesionales mientras cursaba Periodismo en Santiago, y allí me recibió el director de la emisora, Ángel Gómez Hervada. Aquel recibimiento me sorprendió porque, antes de dedicarte a este oficio, el despacho de un director suena a santuario impenetrable, más si eres un alevín de periodista, como nos llamaba un profesor en la facultad. Con el tiempo, Anca me demostró que ese santuario también estaba abierto para mí. Lo estuvo aquel día, durante mis prácticas, con mi primer contrato profesional -que él firmó- y en cada visita que hago a mi familia de Radio Coruña, la última ayer para acompañarles en el desconsuelo que sufren por su muerte.

Ángel Gómez Hervada me permitió cumplir el sueño de descubrir la radio por dentro después de años disfrutando como oyente horas y horas a diario. Anca dirigía la radio pegado a la redacción, pared con pared, sin entrometerse más de lo imprescindible. Con él, con Consuelo, con Isa, con Ana, con Luis y con Juan aprendí la responsabilidad del periodismo: gestionar un derecho de todos, el derecho a la información libre y plural, bajo la premisa de que no somos sus dueños, sino que pertenece a toda la sociedad. Siempre he defendido que Radio Coruña es un buen lugar en el que hacer periodismo. Ese logro es mérito de todos los que allí trabajan y, en buena medida, de la dirección que marcaba Anca.

Desde la plaza de Ourense y desde el 93.4, Ángel y esa familia de Radio Coruña han contribuido a que esta "ciudad y su área de influencia", como le gusta llamarla a Consuelo Bautista, sean mejores a través del debate, el análisis sosegado en medio de la urgencia diaria, el intercambio educado de opiniones y la información, siempre la información. Anca gobernaba sin tiranía, ofrecía libertad para el periodismo y confiaba en su gente, la misma que, ayer, entre lágrimas, recordaba que era el jefe, sí, pero un jefe que les quería, les exigía y les valoraba, que se preocupaba por ellos y que les preguntaba por los hijos y por los padres. Ángel se había ganado su autoridad de la mejor forma, desde el respeto mutuo.

Ese despacho abierto de par en par para quien llegara, fuera un novato o fuera una estrella de la radio, permanecía ayer a oscuras, cerrado y en silencio, sin la personal y rotunda carcajada de su dueño, que todo lo inundaba. Ángel Gómez Hervada, a quien siempre agradeceré haberme dado hace 22 años mi primera oportunidad profesional, defendió el derecho de la gente a ser libre y colaboró en esa tarea ofreciendo una radio independiente y al servicio de los ciudadanos.

Quienes le querían le echan hoy mucho de menos. Ese es el mejor legado que puede dejar un ser humano.