Igual que el Ballet Nacional Ruso hacía el año pasado con El cascanueces, el Ballet de Moscú aterriza esta tarde en el teatro Colón con El lago de los cisnes, una de las piezas más representadas de la historia de la danza. La obra, que comenzará a las 20.00 horas, tendrá en los papeles principales a Cristina Terentiev y Anatolie Ustimov, que bailarán bajo la dirección del fundador de la compañía, Timur Fayziev.

- El repertorio de sus giras es el de los grandes títulos del clasicismo ruso, con coreografías de Petipa e Ivanov. ¿A qué atribuye la vigencia de estos maestros del siglo XIX?

-Son obras eternas, la magia de las historias, la genialidad de las partituras, el desafío que sigue representando interpretarlas. Tanto ahora, como cuando fueron compuestas, éramos y somos personas capaces de emocionarnos, de sentir, de llorar y reír. Son obras que van ahí, al corazón.

- Otros coreógrafos de talento han actualizado muchas veces a ambos creadores. ¿No interesa esta evolución a los públicos de hoy?

-Claro que sí, la idea de revisar a estos clásicos siempre es bienvenida. Hemos podido ver versiones geniales que han conseguido extraer el concepto y plasmarlo de una manera visual diferente.

- Más de 60 giras internacionales en los 25 años de vida del Ballet de Moscú significan una incesante actividad viajera. ¿Es bueno para los bailarines, o necesitan reciclar su técnica con un trabajo más sedentario?

-En el caso del Ballet de Moscú, que se nutre de bailarines de grandes teatros y de nuevas promesas que salen de nuestra academia, diría que el trabajo de reciclaje se hace en las propias giras. No paramos de trabajar. Además, este mismo hecho, es el que permite al bailarín convivir y conversar con otros bailarines acerca de sus experiencias. Y de las experiencias de otros aprendemos todos.

- La rutina de ensayos de los bailarines es muy exigente. ¿Evoluciona la enseñanza para hacerla menos sacrificada?

-Si bien algunas técnicas se han suavizado, seguimos pensando que el rigor académico y el esfuerzo personal han de estar presentes en la educación de los bailarines. No obstante, si que podemos apreciar, en el caso del Ballet de Moscú, que son los artistas los que demandan horas y horas de trabajo, ellos mismos son sus peores críticos. Es algo que nos hace estar orgullosos de ellos. Han nacido y viven por el ballet.

- ¿Cuántos años puede durar un bailarín en plena forma física?

-La vida de los bailarines es muy intensa, es mucho el tiempo que tienes que dar a esta vida. Esa misma intensidad es la que la convierte en una vida corta, porque cuando empiezas, ya sabes que cuando tengas 35 años, por ejemplo, te seguirá alguien con 25 que saltará más alto que tú. Afortunadamente, las puertas no se cierran y el camino de convertirte en profesor siempre está ahí. Aunque abandones los escenarios, puedes seguir cerca de este maravilloso arte.

- El Ballet de Moscú incorpora gran número de jóvenes promesas. En sus 25 años de existencia ¿cuántos se han convertido en estrellas?

-Muchos de nuestros bailarines llegan y se quedan en grandes teatros como por ejemplo Bolshoi, NewYork Ballet o San Petersburgo. Pero destacaría la calidad que acaban obteniendo en nuestra compañía, no solo a nivel técnico, que sin duda es necesario, si no a nivel humano. Que es una de las lecciones más importantes que se pueden aprender en el Ballet de Moscú. La humildad, la sinceridad a la hora de interpretar, el considerarte parte importante de la obra sin importar el rol que estés representando. Ese tipo de estrella es el que brilla en nuestras representaciones.

- Las escuelas legendarias de Rusia, como las de Pushkin o Baganova ¿tienen continuidad al mismo nivel?

-Por supuesto, ambos institucionalizaron fundamentos y maneras de interpretar que perduran hasta hoy. Les debemos la expresividad e interpretación de cada paso. Aportar alma a los movimientos. Su método está más que vigente en escuelas de todo el mundo. Y es necesario para que el ballet posea la magia que atrae al público.

- Háblenos de Cristina y Alexei Terentiev, grandes bailarines que ahora vienen a la ciudad.

-Son muchos los años que trabajamos juntos, son como hijos para mí. Cristina es la fuerza hecha dulzura o la dulzura hecha fuerza. Es una gran bailarina. Posee una técnica asombrosa. Baila desde el alma y se nota, puedes ver en el escenario cuando se rompe de dolor porque así se lo pide su personaje. Llegar a ser la artista que es Cristina no es el resultado de horas de trabajo, esa manera de interpretar se tiene, no se aprende. Alexei goza también de esto. Sus saltos son espectaculares, su carácter y fuerza son también elementos que destacar. Saben trasmitir al público.

- La emotividad de la danza, ¿es innata o puede aprenderse?

-Desde que cree la compañía en 1989, ha sido una de mis máximas. Que el Ballet de Moscú estuviera formado por actores bailarines. No se puede salir vacío al escenario. Es importante asignar cada rol al bailarín adecuado, independientemente de que este exija más o menos técnica. Al fin y al cabo, lo que hemos de vivir en el escenario es una historia que se apoya en unos personajes. Por eso es muy importante para mí que los bailarines sientan, hagan suyas las palabras de cada actor, se transformen en ellos. El resultado de esto es la emotividad de la que hablas. Cuando se está interpretando con la sinceridad que lo hacemos nosotros, el público se da cuenta, y es ahí donde se crea la magia.