Nací en Argentina, aunque me considero un coruñés más, ya que mis padres, Raimundo y Ana María, se conocieron allí como emigrantes en un baile en el Centro Gallego de Buenos Aires y decidieron venirse a esta ciudad cuando yo tenía cinco años junto con mis hermanos Carlos y Anahí. Mi padre empezó a trabajar de camarero en Argentina y con el tiempo montó un negocio de hostelería que luego cambió por un pequeño hotel con cafetería y restaurante en el paraban muchos gallegos.

Al regresar nos instalamos en la calle Adelaida Muro, donde viví hasta que me casé. Al poco de llegar, mi padre se fue a trabajar a Las Palmas, donde abrió un pequeño hotel llamado Toki Alai, que gestionó varios años hasta que regresó y cogió la concesión de la cafetería Copacabana, en los jardines de Méndez Núñez, que hoy en día sigue regentando mi hermana bajo la dirección de mi hermana Anahí.

Mi padre compaginó este negocio con el de un restaurante que abrió en los años sesenta en San Sebastián y por el que pasaban muchos policías y guardias civiles gallegos, ya que la mayoría de los productos que ofrecía eran de aquí. Con el tiempo traspasó este negocio a mis primos y se centró en el Copacabana, en el que trabajamos toda la familia.

Mi primer colegio fue el de los Salesianos, donde tuve como compañeros a Torreiro, Segura, Fito, Carlos, Manolo, Lugrís y Campelle. A los catorce años pasé al instituto Masculino, donde hice el bachiller, que termine por nocturno porque a los diecisiete años empecé la mili debido a mi doble nacionalidad y fui el cabo más joven. Al acabar estuve trabajando con mi familia en el Copacabana.

Mientras estaba en el instituto fui delegado de deportes y además practiqué el fútbol desde los diecisiete a los veinticinco años en el equipo Copacabana, de la Liga de Peñas, que desapareció en los años noventa. Mi pandilla de siempre estuvo formada por los amigos de mi barrio, como Luis, Javier, Marcos, Pepe, Javier el de San Pedro, Antonio López, César, Junco y César el iraquí, con quienes jugaba en la calle a todo lo que se nos ocurría. Solíamos cazar ranas, lagartos o pájaros con tirabalas que hacíamos con gomas de neumáticos, con los que también hacíamos puntería con latas viejas.

A partir de los quince años empezamos a acudir a todas las fiestas y verbenas que se hacían en la ciudad y los alrededores, como Oza, Carral, Curtis, Carballo y Betanzos, lugares en los que había mucho ambiente y se ligaba mucho, ya que los coruñeses estábamos muy bien vistos por las chicas, aunque los chicos nos miraban con mala cara.

También íbamos mucho al baile de La Granja, en San Agustín, y en verano mi pandilla solía ir a las playas de Riazor y Orzán, aunque yo no podía ir muchas veces porque tenía que quedarme a trabajar haciendo calamares, el producto más famoso de nuestra cafetería, ya que en verano y durante las fiestas la gente hacía grandes colas para llevarse los bocadillos y comerlos recién hechos tanto en las playas como paseando por el centro. Nos llamaban el Rey de los Calamares Fritos y recuerdo que entonces el aceite duraba mucho en la cocina sin que cambiara el sabor, mientras que ahora con los aditivos que le echan enseguida hay que cambiarlo.

Mientras trabajaba con mi familia aprobé unas oposiciones para entrar en el Ayuntamiento, por lo que terminé en el mismo mi carrera laboral, durante la que además me casé. Ahora estoy casado por segunda vez con Manolita, con quien tengo una hija llamada Iria. Después de casarme me instalé en O Ventorrillo, donde formé parte de la asociación de vecinos que organizó la primera manifestación contra el tráfico de drogas. En aquellos años en la asociación me llamaban el sheriff Truman por mi implicación en ese problema.

Después me fui a vivir a Labañou, Vilaboa y finalmente a Oleiros. En la actualidad me sigo reuniendo con mis amigos de siempre y con otros nuevos, además de dedicarme a viajar con mi mujer por Galicia, España y Europa.