Para Carmen Borrallo calcetar era una afición, lo hacía para ella y para los miembros de su familia, también lo hacía con sus amigas, como una actividad más, pero ahora, se ha convertido en su negocio y forma de vida. Todos los días desde hace ya tres años, abre las puertas rojas de su tienda Briznas en la calle Fernández Latorre, donde atesora lanas de colores, agujas de todos los grosores, imperdibles y piezas a medio terminar.

"No tenía trabajo, me gustaba calcetar y enseñar a la gente, así que, me decidí a montar una tienda de lanas en la que podía dar clase", explica Carmen Borrallo, esta nueva etapa en su vida laboral.

La decisión de verse con unas facturas a las que hacer frente mes a mes, de tener un horario y trabajar de cara al público, de comprar material y de ponerlo a la venta no fue fácil, aunque, asegura que, tanto sus hijas como su marido la animaron "muchísimo" y que le dieron "el empujón definitivo para seguir adelante".

Ahora, tras el mostrador de su comercio, confiesa que está "muy contenta", que se lo pasa "muy bien" y que la experiencia vale la pena, aunque implique muchos quebraderos de cabeza, muchas cuentas y gestiones y que, en ocasiones, la caja no dé para mucho más que para los gastos que genera tener la puerta abierta.

"Yo estudié Empresariales, después tuve un trabajo de arreglos de costura y, ahora, la tienda. Es una satisfacción porque hago lo que me gusta más que por la compensación económica, porque, obviamente, es mucho mejor tener un sueldo y despreocuparse, pero yo vivo más feliz así", dice con una sonrisa Carmen Borallo, que cumplió su tercer aniversario al frente de Briznas en agosto y asume que no se va "a hacer rica" vendiendo lanas y enseñando a calcetar, pero ¿tiene precio la felicidad?