Cuando había baile en Labañou, César Bonilla iba "sin dormir" a la fábrica de gas, en el Orzán, para coger el mejor carbón, entonces, con ese paso previo, de seleccionar el combustible, empezaba el proceso de creación de los churros Bonilla a la Vista y, con él, también la larga jornada de trabajo, de mezclar harina, agua y sal y hacer magia con el aceite y el azúcar. Había días, recuerda Bonilla, en los que su local de la calle Galera, que ayer cumplió sesenta años, no cerraba y despachaba churros y chocolate a cualquier hora del día, porque nadie podía decirle que no a semejante manjar. Su hijo, Fernando Bonilla, bromea también con que, más de un domingo y de dos, tuvo que interrumpir los paseos con los amigos por entrar a ayudar a sus padres en la chocolatería de la calle Galera, la misma que conserva las mesas metálicas de pie circular y la barra en dos alturas.

El de ayer fue un día de celebración, de regalar tres churros con cada consumición y de volver a saludar a las clientas de toda la vida, a esas a las que solo los análisis les obligan a cambiar la rutina y a ponerle azúcar a los churros solo los domingos. César Bonilla conoce a algunas por su nombre, a otras, por lo que toman, y es que, a pesar de estar jubilado, no deja de lado la profesión que heredó de su padre y que inculcó a su familia.

"Ahora ya soy bisabuelo y sigo siendo churrero", dice entre risas y se acuerda de los tiempos en los que todo se ponía cuesta arriba y había que hacer lo posible por mantener la ilusión, así que, no se esconde al decir que tuvieron que freír los churros con aceite comprado de estraperlo porque no había manera de conseguirlo de manera legal.

"Veinte duros nos costaba un litro", recuerda César Bonilla, que atesora recuerdos que parecen salidos de un libro de aventuras. Como aquel en el que le dieron por muerto cuando en 1972 se fue a navegar con unos amigos desde A Coruña a Inglaterra y un temporal les sorprendió a la altura de La Rochelle. "Nos encontró un pesquero, les dimos pena y nos dieron cinco merluzas y combustible y nosotros les dimos a ellos unas botellas que llevábamos", comenta Bonilla, al que siempre le gustó conocer mundo, tanto su superficie, como la profundidad, ya que, desde muy joven se aficionó a la pesca submarina. Eran tiempos en los que "los trajes de goma" estaban prohibidos, como tantas otras cosas.

Bonilla celebra su 60 aniversario con sus clientes de toda la vida, en la calle Galera

Bonilla celebra su 60 aniversario con sus clientes de toda la vida, en la calle Galera

Sentado en el piso de arriba de la chocolatería más antigua que conserva en la ciudad -la primera abrió en la calle Orzán, en 1949, pero se trasladó a la Galera nueve años después-, este hombre con apellido con sabor a chocolate exprés, recuerda a una clienta que le pagó el pasaje de ida y vuelta a Venezuela para que le montase una churrería en su ciudad. "Trabajé quince días, le monté el negocio y después, anduve otros quince días por allí", dice y se ríe, como si pudiese volver a hacerlo con solo cerrar los ojos.

Bonilla cuenta con seis chocolaterías en la ciudad, aunque sus patatas fritas con aceite de oliva son conocidas en casi todo el mundo, ya que se comercializan en Corea del Sur, en Estados Unidos y en casi toda Europa. "Los churros y las patatas siempre fueron juntos", dice Bonilla, al que estos sabores siempre le remiten a la celebración y a la fiesta, aunque él les haya dedicado toda su vida, delante y detrás de la barra.

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Bonilla a la Vista cumple 60 años en la Galera

A los quince años, el 16 de septiembre de 1948, vestido con unos pantalones bombacho que le había cosido su madre, se graduó en la escuela de Náutica, era la primera promoción y él, el más pequeño. Dice que nunca se acobardó ante las adversidades y que las combatía con trabajo y más trabajo y con la compañía de su mujer, Lolita, fallecida hace dos años. Cuando la familia compró el edificio de la calle Galera, por ejemplo, no dejaron de hacer el reparto de churros a las cafeterías ni de despachar al público, lo hicieron en la calle Real, una vía en la que, años después, abrió otra de las chocolaterías de la firma familiar.

Y ahora, ¿qué? Pues ahora, "a seguir con alegría", responde Bonilla que, cada día, al salir de casa, coge el coche y va hasta la factoría de la empresa en el polígono de Sabón. "Me va solo el coche, ni lo pienso", reconoce el fundador de una empresa que, actualmente, cuenta con más de 80 empleados y en la que los churros, el chocolate y las patatas siguen sabiendo como el primer día.