El Concello prevé que, antes de que se acabe este curso, más de 7.100 estudiantes de entre once y 18 años hayan asistido a los talleres municipales de prevención de las dependencias impartidos por la Asociación Ciudadana de Lucha contra la Droga (Aclad), por la Asociación de Ayuda a Familiares de Drogodependientes (Adafad) y por Agalure, la asociación que presta tratamiento para combatir la ludopatía y otras adicciones comportamentales, es decir, en las que no se consumen sustancias. Serán 323 talleres de prevención, casi un 13% más de los que se realizaron durante el curso pasado, cuando se realizaron 286. Son tres sesiones de 50 minutos en los que se tratan aspectos como el consumo de tabaco y alcohol, de drogas y de los riesgos asociados al uso de internet y de las redes sociales y de los juegos interactivos. "Combina la intervención grupal con la intervención individual, en casos de riesgo, con el menor y su familia", según explicó ayer la concejal de Xustiza Social, Silvia Cameán. El Concello oferta, además, programas de ocio saludable, para que los jóvenes de entre doce y treinta años puedan adquirir "valores positivos".

Hace más de 25 años que C. cruzó por primera vez la puerta de Aclad. Se tuvo que dar cuenta "solo" de que necesitaba ayuda. "El cuerpo se debilita, la mente también y ya ves que así no puedes seguir", explica este usuario. A la pregunta de qué tomaba entonces, la respuesta es tan corta como demoledora: "de todo", reconoce echando la vista atrás. Empezó con los porros y el alcohol a los quince años, después quiso "probar cosas" pensando que controlaba, pero no era así. "Fue el peor error", sentencia C. Por la droga entró en prisión y se vio obligado a hacer cosas de las que ahora se arrepiente. Lleva ya más de quince años de condena y dejó "todo tipo de drogas" hace tres. Ahora, las mañanas se le hacen llevaderas, va a Aclad, hace deporte, manualidades y asiste a las charlas y talleres. Las noches, sin embargo, son eternas. Las pasa en el Centro de Inserción Social porque todavía no ha redimido su pena. "Es complicado escuchar cómo te pasan la llave y no te abren hasta la mañana siguiente, es una tortura", describe.

Si tiene que elegir un momento que le hiciese despertar y buscar ayuda, escoge el de verse "desde fuera", notar cómo su cuerpo se deterioraba. "Me veía y decía: '¿yo ando así?', porque en ese momento, vas desaliñado, todo te da igual". "Pensaba, ahora voy a ir a robar para darle el dinero a este y, además, para fastidiar el cuerpo, no puede ser", relata y, entonces, se propuso "cambiar de vida". La decisión la tomó "varias veces", aunque la última confía en que sea la definitiva. "Yo creo que lo he conseguido, porque lo veo a diario y ya no me llama, al contrario, me hago fuerte", dice este hombre que echa de menos los días entregados a la droga, aquellos que le robaron los recuerdos.