Nací en Carballo, aunque casi toda mi vida transcurrió entre esta ciudad y mi lugar de nacimiento, donde viví con mis padres, Constantino y Epifania, y mis hermanos Antonio, Mari Carmen y Francisco. El único colegio en el que estudié fue el público de Carballo, donde aprendí las cuatro reglas necesarias para salir adelante, puesto que a los doce años empecé a trabajar con mi padre en la construcción y en otros empleos, como la tala de árboles.

Tras adquirir experiencia en la construcción con el paso de los años, saqué el carné de gruísta, profesión que desarrollé el resto de mi vida. De niño apenas tuve tiempo de disfrutar de los juegos de mi época, ya que al salir del colegio tenía que ir muchas veces a ayudarle, lo que hacía incluso faltando a las clases para venir a la ciudad.

Teníamos que madrugar mucho para coger el primer trolebús o un viejo autocar que paraba en todas las aldeas del camino, por lo que cuando volvíamos de noche llegaba cansado y no tenía ganas de jugar.

Cuando tenía quince años mi familia se trasladó a la ciudad y mi vida cambió por completo, ya que tuve que adaptarme porque solo conocía a la gente que trabajaba en las obras. Nos instalamos en uno de los ranchitos de Vioño, donde todavía había campos y terrenos cultivados, hasta que años después nos trasladamos a la calle San Luis. Más tarde, cuando se empezó a construir lo que luego sería la avenida de Os Mallos, nos fuimos a vivir a la calle Villa de Negreira, donde sigo en la actualidad.

Mis primeros amigos de la ciudad fueron de Vioño, la calle San Luis y sus alrededores, como Suso, Ramiro, Luis, Nini, Paco, Moncho, Manolo Arias y Codeira, con quienes formé parte de una pandilla a la que sigo viendo para recordar los viejos tiempos. Los fines de semana los aprovechábamos para ir a todas las fiestas y salas de baile que había tanto en la ciudad y la comarca, como en La Granja, que estaba junto al mercado de San Agustín, por lo que si salíamos temprano de allí, podíamos recorrer las calles de los vinos para disfrutar del gran ambiente que había en todos los bares y cafeterías.

En aquellos locales solíamos conocernos la mayoría de los jóvenes, ya muchos éramos jugadores de equipos modestos de la ciudad, ya que a pesar de mi trabajo tuve tiempo para jugar en el Laracha durante unos años, tras lo que pasé al fútbol de peñas en los equipos Escaramil y Europa.

Cuando mi amigo Manolo Arias estaba de presidente del Vioño, me ofreció ser el encargado del material del club, ya que además conocía a muchos jugadores que vivían en ese barrio, por lo que durante cincuenta años fui el utillero de la entidad, por lo que fui quien más tiempo ocupó ese puesto en un club de la ciudad.

Ahora ya dejé esa actividad, pero sigo siendo socio del Vioño, en el que conocí a cinco presidentes durante mi época de utillero: Manolo, Lolo, Ramón, Jacobo y Otero, a quienes agradezco lo bien que se portaron conmigo y la total confianza que me dieron.

También tuve una gran amistad con numerosos jugadores del club, como Manel, los hermanos Lago, Ríos, Juan Medín, Manolo Viñas, Casas, Yanqui, Senén, Blanco, Pirri, Leco, Fernando, Otero y Miguel, además de otros con quienes viví grandes partidos y campeonatos en los que el Vioño fue campeón y con quienes me sigo viendo en el local social.