Nací y me crié en la calle Emilia Pardo Bazán, donde viví con mis padres, Esteban y Dolores, y mis hermanos Dolores, Esteban, Consuelo, Antonio y Manuel. Mis padres eran conocidos en el barrio porque regentaban durante muchos años el local de hostelería Casa Esteban, aunque mi madre también tenía en el mismo edificio una peluquería llamada Lolita.

Mi primer colegio fue el de las Josefinas, en el que estuve hasta los trece años, tras lo que seguí estudiando en la academia Gago hasta los quince, edad en la que empecé a trabajar en la peluquería de mi madre junto con mi hermana Dolores. Allí aprendí el oficio y trabajé durante catorce años hasta que abrí mi propia peluquería con el nombre de Feitio, en la que trabajé hasta mi jubilación durante 37 años.

Mis amigas y amigos de la infancia fueron Rosa María, Raquel, Chepa, Laura, Mercedes, Chicho, los hermanos Pepín y Manolín, además de Ana y Pili. Mis compañeras de las Josefinas fueron Carmen, María, Julia y Aurora. De todos ellos tengo unos recuerdos inolvidables por todos los momentos que pasamos juntos y de los juegos que hacíamos en una plaza de Vigo que aún era de tierra y con unos pocos árboles. Allí nos reuníamos una gran cantidad de chicas y chicos, siempre vigilados por nuestras madres o hermanos mayores.

Cuando jugábamos, lo único que nos preocupaba era que nos llamaran para volver a casa, ya que teníamos que acostarnos temprano, aunque a los chicos les dejaban quedarse un poco más en la calle. Los días de invierno en que llovía o hacía mal tiempo, solíamos jugar en los portales de nuestras casas o nos reuníamos en algún piso de una amiga.

En aquellos años estaba muy de moda que tanto niñas como niños instaláramos puestos en las puertas de nuestras casas para intentar cambiar entre nosotros las pocas cosas que teníamos, como cuentos, tebeos o recortables de papel, además de las postalillas de las pocas colecciones que había y las que daban en la Tómbola de la Caridad que se instalaba en Méndez Núñez.

Los domingos que podíamos ir al cine lo hacíamos acompañados de mi hermana Dolores e íbamos al Equitativa, Savoy, Doré, Avenida o Coruña, aunque sobre todo al primero porque era de sesión continua y cuando era la hora de la merienda el acomodador nos dejaba salir para ir a buscarla a casa y volver con ella.

A partir de los quince años comenzamos a salir en pandilla sin llevar la clásica carabina y asistíamos a los bailes del Finisterre, Circo de Artesanos, Club del Mar y La Granja, donde hacían muchos guateques los estudiantes de Náutica. Cuando llegaban los carnavales íbamos a los bailes de la prensa y, cuando conocí a quien fue mi marido, José Luis, recientemente fallecido y con quien tuve un hijo llamado también José Luis, comenzamos a ir El Seijal, aunque tenía que estar de vuelta en casa antes de las diez de la noche. Pasé unos años muy felices con mi marido, que al igual que yo fue coralista de El Eco, donde conocí a la gran mayoría de sus amigos, que cantaban en esa coral y en Follas Novas.

En verano siempre iba con amigas a la playa de Riazor, donde nos solíamos poner junto a la desaparecida Casa de Baños, pero cuando empecé a salir con mi marido íbamos a Santa Cristina y As Xubias, unas veces andando y otras en el tranvía Siboney. Recuerdo que cuando llegábamos al embarcadero muchas veces teníamos que esperar a que pasara el tren, para lo que había una señora que trabajaba de guardabarreras y que prohibía cruzar las vías. En aquel lugar cogíamos la lancha de los hermanos Rubio para atravesar la ría y llegar a Santa Cristina, donde pasábamos el día.

Cuando tenía cuarenta años empecé a disfrazarme en los carnavales con muchas de mis amigas y nos presentamos a los concursos que se hacían en el Circo de Artesanos, que ganábamos siempre con disfraces que nos hacíamos nosotras mismas. En los últimos años, desde que me jubilé, empecé a practicar los bailes de sevillanas y procuro disfrutar de la vida con mis amigas y con las que me dio a conocer Pili Mouriño, que pertenece a la Asociación de Mujeres de la Ciudad Vieja.