La crisis. Caída de ventas. Deudas. Suspensión de pagos. Concurso de acreedores. Bancos, Hacienda, jueces. El cierre de un negocio familiar. Por estas etapas pasó la empresa Figueiral durante más de cinco años, los últimos de una actividad que había iniciado hace cuatro décadas, con tiendas en Lugo, Ourense, Vigo y A Coruña, en Juan Flórez, donde vendía cocinas y baños. Allí vivió esa última fase María Figueiral, periodista y "eterna aprendiz". El relato de su experiencia, duro, irónico y entre el dolor y la esperanza, lo recoge a modo epistolar en 'Cartas de ajuste' (autoeditado en Universo de Letras) que mañana a las 13.00 horas presentará en la librería Moito Contolibrería Moito Conto (San Andrés, 35).

- ¿Su obra es una confesión a la vez que catarsis liberadora?

-Cuando colgué el cartel de "se vende" en el escaparate de la tienda de Juan Flórez necesité ponerme delante del ordenador para reflejar, después de varios años sin escribir, lo que me pasaba de manera muy visceral. Primero eran anotaciones con fecha y a medida que acumulé momentos me di cuenta de que ya no escribía para mí, sino para que se supiera esta historia. Yo me muestro para mostrar el otro lado del cartel de "se vende", soy un medio, no la protagonista. Enseño la crisis del lado de quien tuvo que cerrar su negocio, que es un lado en el que en estos años no se ha puesto demasiado el foco.

- Combina reflexiones pesimistas -"no quiero vivir creyendo que todo el mundo engaña y que no se puede creer en nadie"- con otras optimistas -"se puede perder sin fracasar"-. ¿Hay que ser positivo pese a los golpes recibidos?

-Es un libro duro porque la crisis fue y sigue siendo dura, pero no es un libro pesimista. Hay esa duplicidad de momentos en los que se ve que lo paso mal, pero al mismo tiempo el fondo es positivo. En todos estos años he aprendido que se puede perder sin fracasar, no por mí sino por el ejemplo de mi madre, que se adaptó a las circunstancias y fue fiel a sí misma. Tenemos un concepto del éxito y del fracaso muy limitado a los resultados que creo que es muy injusto. Mucha gente quizá piense que he perdido el tiempo en estos años del cierre del negocio, pero para mí el haber fracasado hubiera sido no haber intentado que la empresa tuviera el final más digno posible, y más acorde con la trayectoria tan positiva que tuvo en sus años de actividad.

- En su batalla contra los datos, las cifras y los hechos, ¿qué sentimiento se impuso?

-Visto con perspectiva, la impotencia que sentí durante la etapa del concurso de acreedores, que es un engranaje bastante desconocido que las personas que pasamos por ello no contamos, quizá por vergüenza. Cuando entras en concurso ves que se hace negocio a tu costa y que se aprovechan de ti, y eso se convierte en algo normal. Fue una fase muy injusta que no puedes controlar y que no está a la altura de todo lo que mi familia construyó.

- ¿Qué lecciones extrae desde el punto de vista administrativo y en el aspecto humano?

-Como nuestra empresa era familiar se mezcla lo que eres con lo que haces. Con el tiempo comprendí que Figueiral éramos nosotros pero no tenía que estar por encima de nosotros, y en algún momento lo estuvo. A nivel personal me he dado cuenta de que la empresa no ha muerto: son mis padres, lo que me enseñaron, su trabajo, su dedicación y su entrega, y eso forma parte de mí, e intentaré aplicarlo en todo lo que haga. Eso no lo puede quitar ningún concurso.

- Aunque usted mire adelante, ¿qué es lo más triste que le queda de la experiencia?

-Además de la destrucción del negocio, hubo consecuencias personales muy fuertes y en mi familia hubo rupturas que no se han soldado todavía. En esta situación vi con qué miembros de mi familia puedo contar y sé que no son todos.

- ¿Qué huella le dejan los bancos o Hacienda?

-Nada positivo. Si las cosas van bien todo es muy fácil, cuando se tuercen estás solo. Ante eso vuelve la impotencia y la indefensión. No puedo decir que todo el mundo sea igual y que hicieron cosas a propósito, pero hubo situaciones extremas que te hace pensar que no merece la pena llegar tan lejos.

- ¿Qué valor tiene la palabra frente a los contratos y documentos firmados?

-La palabra dicha de palabra cada vez vale menos. Ni siquiera la de quien en más crees que puedes confiar. Pero yo no quiero pensar que no podemos confiar en nadie, si no viviríamos con un miedo encima que no nos llevaría a ninguna parte. Hay que ser cauto y pragmático, saber que los papeles van por delante, y asegurarse de que no pueden ir en tu contra.

- Dice que ahora mira hacia adelante. Con esa actitud, ¿de qué manera ve el pasado?

-Mirar con rencor y oscuridad no me aporta nada. Es una herida y una pérdida que me acompaña, pero no de manera negativa.