El 15 de mayo se clausura la exposición colectiva que ofrece al público desde hace una semana la sala del Casino Sporting Club de A Coruña, con trabajos en macramé, dibujos con distintas técnicas y óleos y pastel como esencia misma del sentir de los autores.

Entre estos destaca la obra de la pintora andaluza Francisca, que ha sabido recoger el color, el calor e incluso el olor de su tierra seca en el noreste de una Granada inolvidable, en la Hoya de Baza, donde el municipio de mayor extensión de aquella provincia española ha permitido a la pintora una exquisita paleta de blancos, grises y azules que, en un ejercicio de expresión y reconocimiento de lo propio, explota paredes impolutas y cielos intensos propios de la Alpujarra, Capileira, Serón, que, cual blanco clavel, invitan al pozo sin fin de agua fresca en la sombra recortada de una calleja que huele a gachas tortas elaboradas con santísima paciencia. En los cuadros de Francisca, frescura de lo nuevo con hortalizas bastetanas que se trasladan con el óleo a los espacios infinitos que enmarcan puntos de fuga a un horizonte que se adivina lejano.

Como contrapunto, la piedra porosa de Noia, la vieja Noela gallega preñada de historia que Francisca ha llevado también al lienzo con singular maestría, como lo ha logrado en distintos retratos y flores que son como una explosión de color que rompe la geometría de las callejas de Baza o la Alpujarra granadina, con un respingo gallego en Capileira y una solitaria granaína remarcada con la guitarra.

Así es la pintura de Francisca, una pintora andaluza que me ha hecho recordar al malagueño Pedro Galán, trasplantado como ella a una ciudad atlántica, A Coruña, con luz propia que brota cada mañana tras el faro de Mera, para acostarse en el poniente a estribor de la Torre de Hércules.

Merece la pena conocer la obra de Francisca, una bastetana de ojos claros embebidos de las luces de su sol de La Hoya de Baza