Nací y me crié en mi primera niñez en la calle Santo Domingo, aunque a los diez años mi familia se trasladó a la Sexta del Ensanche, hoy Oidor Gregorio Tovar. Luego nos mudamos a Monelos y más tarde al inicio de la zona de A Sardiñeira cuando aún se empezaba a urbanizar, por lo que a lo largo de mi infancia y juventud tuve numerosos amigos de diferentes barrios.

Mi primer colegio fue el Concepción Arenal, en el que estuve hasta los diez años y del que luego pasé al del Ángel, en la plaza de Lugo, donde empecé el bachiller, aunque luego empecé a trabajar en la empresa de tejidos Díaz Cuadrado, situada en San Andrés. Más tarde estuve empleado en Confecciones For y Solla Tejidos, tras lo que me hice agente comercial para ser representante de muebles. Finalmente fui delegado de la marca de puros Vegueros y Torcidos, en la que terminé mi vida laboral.

Tengo grandes recuerdos de cuando viví en Monelos y A Sardiñeira por lo bien que lo pasaba jugando con las pandillas de mi edad, en las que estaban Antonio y Fernando Liñeiro, los hermanos Manel y Fernando, Manolo y Suso, Luis y Ángel Longueira, Dopazo, Frutos, Gerardo, los Balay y las chicas Pilar Moreno y Alicia.

Solíamos jugar por los campos de la zona, como los de Ángel Senra, la Peña, A Coiramia, los Estrapallos, la Estación del Norte y la Granja Agrícola, así como la Estación de San Cristóbal, donde jugábamos a subirnos en los vagones que estaban en las vías muertas. Recuerdo que cuando teníamos una bujaina, para ponerle un tope en la cuerda buscábamos una tuerca o una chapa y las poníamos en la vía del tren para que las aplastara al pasar, de forma que pudiéramos pasar la cuerda por ellas y tenerla entre los dedos.

Me acuerdo que todas las calles del barrio estaban sin asfaltar y en los alrededores había huertos y campos donde se podía jugar a la pelota, que hicimos nosotros mismos de trapo hasta que llegaron los primeros balones de plástico. En aquellos años estuvo muy de moda hacer tiratacos y tirachinas para organizar batallas contra otras pandillas. Si teníamos la suerte de encontrar un paraguas viejo, nos fabricábamos un arco para lanzar flechas y cazar ratas en los solares abandonados que había en el barrio. En invierno solíamos cambiar tebeos y novelas en las pocas librerías que había y entre nosotros, y si nos hacía falta algo de dinero, recorríamos las obras para recoger chatarra, lo que llamábamos la pitada, y llevarla a vender a cualquier ferranchina, aunque lo máximo que conseguíamos era una peseta de las de aquel tiempo, que eran en billete.

En verano íbamos a las playas del Lazareto, Riazor y Orzán, aunque también lo hacíamos a las de As Xubias y Santa Cristina enganchados en el tranvía Siboney. Nuestros cines preferidos eran los desaparecidos España, Doré, Monelos, Gaiteira y Finisterre, donde siempre cogíamos la entrada más barata, la de general, en la que había más espectadores que bancos para sentarse.

De quinceañero empecé a tocar la guitarra con mis amigos Carlos, Xosé Casal, Ovidio y Rafa, con quienes formé un grupo musical llamado con el que competimos en los concursos que había en la ciudad, como Trampolín de la fama, Desfile de estrellas y La Ballena Alegre. Después hicimos pequeñas actuaciones en guateques de amigos en las que nos dimos a conocer y en las que siempre nos acompañaban los hermanos Mancebo, Antonio y Sardiñeira, así como los hermanos Antonio y Fernando Liñeiro.

En la actualidad, ya jubilado, sigo practicando la música desde hace años en la Tuna de Veteranos, que este año cumple veinticinco de existencia.