Nací y me crié en la desaparecida calle Baselos, en el antiguo Peruleiro, al lado de la llamada Casa do Bomba. Mi padre, Paco, fue marinero y salía a pescar casi todos los días en Riazor en una buceta de madera llamada O Inteligente con su compañero Daniel. Todo lo que traían luego lo vendía mi madre, Josefa en la plaza. Los dos trabajaron mucho para sacarnos adelante a sus hijos, ya que tengo como hermanos a Carmen, Mari, Pepe, Rosa y Elvira.

Mi primer colegio fue el del barrio de Os Mariñeiros, que dirigía don Emilio y en el que estuve hasta los doce años, ya que a partir de entonces me tuve que poner a trabajar para ayudar a la familia. Comencé como aprendiz de mecánico en el taller del señor Reinaldo, en Peruleiro, donde estuve poco tiempo, ya que me busqué otro empleo en la tapicería Gonzalo, en la calle Cartuchos, donde aprendí el oficio, aunque como no me gustaba, volví a la mecánica para hacerme chapista, actividad a la que me dediqué hasta la jubilación en mi propio taller, llamado Peruleiro.

Mi primera pandilla estuvo formada por Gelín, Alfredo, Suso, Jorge, los hermanos Churro, Santi Astudillo, Cuco, Ismael y Fernando, y era conocida por las muchas batallas a pedradas y con flechas y espadas de madera que hacíamos contra los chavales de Katanga por todos los campos de los alrededores. Cuando hacíamos algún prisionero, lo atábamos con una cuerda a cualquier sitio y lo dejábamos allí hasta que iba a buscarlo algún familiar al que avisábamos.

También solíamos coger carneros y burros que pastaban en la zona y los escondíamos para enfadar a los dueños. Algunas veces hacíamos carreras con ellos para pasarlo bien, ya que por desgracia casi nadie tenía juguetes y nos las teníamos que ingeniar con cualquier cosa, incluso el mango de una escoba o la varilla de una bomba de palenque. Hasta las canicas y las bujainas eran un tesoro para cualquier chaval, por lo que había que reunir patacones y reales para comprarlas.

Muchas veces subíamos hasta el monte de A Rancheira cuando sabíamos que los militares iban a practicar tiro para luego buscar los casquillos de las balas y venderlos en una ferranchina. También esperábamos a que nos dieran la pequeña paga de fin de semana que podían darnos nuestros padres con mucho sacrificio para ir a los cines barrio, como los España, Doré, Finisterre y Gaiteira, que eran los más baratos, aunque algunas veces también fuimos al Hércules, que era el que nos quedaba más lejos.

Como me gustaba la música, mi abuelo Paco, que sabía algo de carpintería y era conocido como O Marqui, me hizo una guitarra de madera que apenas sonaba, pero que era mucho mejor que la que me había hecho yo con una lata de membrillo, un trozo de madera y varios hilos de tanza de pescar. Aprendí a tocar en la asociación Aguia, que estaba en la zona de Náutica y que también tenía un equipo de fútbol, en el que estuve un par de años, hasta que pasé al Vioño, aunque por poco tiempo, ya lo que me gustaba era la música.

A los quince años formé con mis amigos el grupo Los Amos de la Silva de Arriba, porque muchas veces íbamos a los guateques que se hacían en la antigua iglesia de San Antonio en ese lugar. Al principio lo único que hacíamos era ruido y poco más, aunque poco a poco nos fuimos dando a conocer y actuamos gratis en salas de la ciudad, como el Sallyv, el Guaraní y Las Jubias.

Después empezamos a cobrar y hasta tuvimos representante, Santiso, que nos volvía locos y nos llevó a las fiestas de Carral, Pontedeume y Corcubión. Gracias a eso pudimos comprar un 600 de segunda mano para ir a tocar fuera de la ciudad. Yo le daba la mayor parte del dinero a mi madre, ya que seguía con mi profesión de mecánico. Con el tiempo el grupo desapareció y formamos el 7º Arte, con el que actué por España y el extranjero y en el que estuve hasta que dejamos de tocar.

Me casé con Ángeles, quien me dio tres hijos: Nuria, Kiko y Yago, quienes ya me hicieron abuelo con Paola y Daniela. Cuando me jubilé, volví a reunirme con mis amigos de Os Mariñeiros, en cuya asociación vecinal organizamos fiestas en las que nosotros mismos tocamos.