Nací en Carballo, aunque al año de mi nacimiento mis padres, Manuel y Soledad, decidieron trasladarse a esta ciudad también con mis dos hermanos, Manolo y Estrella. Nos instalamos en la plaza de San Cristóbal, donde estuvimos cinco años, tras lo que pasamos a la calle Borrallón y más tarde al edificio Divina Pastora, donde viví hasta que me casé.

Mi primer colegio fue el de doña Anita en San Cristóbal, situado en una pequeña casa donde años después se construyeron las naves y la empresa de Auto Avión. Cuando nos cambiamos de casa me mandaron a un colegio dirigido por un profesor que era guardia civil, como mi padre, y en el que estuve hasta los diez años, edad a la que me enviaron al colegio Dequidt. De allí pasé al instituto Masculino para hacer el bachiller, tras lo que marché a Madrid para preparar las oposiciones a funcionario del Estado, que conseguí aprobar, por lo que toda mi vida laboral se desarrolló en este sector.

Mi primera pandilla estuvo formada por amigos de la calle Borrallón, como Gerardo, Claudio, Faustino, Ortega, José Luis y Víctor Esparza, con quienes pasé unos años estupendos disfrutando de juegos en los que nosotros mismos nos fabricábamos los juguetes, como tirachinas, espadas de madera, arcos y flechas con paraguas, ya que una simple varilla de hierro o una lima vieja eran un tesoro porque podíamos hacer un che para jugar al círculo, dentro del que había que intentar clavarlo, un juego en el que incluso apostábamos unas pocas monedas entre nosotros.

Todos los años esperábamos con impaciencia a que llegaran las fiestas de los barrios y calles, como las de San Luis, Vioño, Vizcaya, Monelos, Eirís y Palavea, aunque ir hasta esas últimas era toda una aventura, ya que había que cruzar campos y caminos por el monte, a veces embarrados por las lluvias, porque todavía no se había construido la avenida de Alfonso Molina.

Otra de nuestras diversiones era ir al cine algunos domingos para disfrutar de aquellas películas de aventuras que nos encantaban. Los cines que más nos gustaban eran los España, Doré y Gaiteira, ya que eran los más baratos y a los que iban pandillas de chicos y chicas que conocíamos. También solíamos jugar en Cuatro Caminos y el monte que había en la zona de San Pedro de Mezonzo situado hacia A Falperra, donde había un lavadero de ropa.

En verano solía ir con la pandilla a las playas de Riazor, las Cañas, Lazareto, As Xubias y Santa Cristina. Algunas veces íbamos andando y otras enganchados en el tranvía, así como en los viejos autobuses que llegaban hasta allí. Cuando cogíamos la lancha del Rubio para cruzar hasta Santa Cristina, muchas veces iba cantando y tocando unos palitroques Cañita Brava, que entonces era un chaval como nosotros.

Tengo que destacar lo bien que lo pasé con mi gran pandilla cuando íbamos a todos los bailes que se hacían en la ciudad y las afueras, como La Granja, Sally, Finisterre, Santa Lucía, Saratoga o el de La Parrilla, al que solo iban las solteronas. Como me gustaba el fútbol, entré en el equipo de Os Mallos, que fue campeón provincial de infantiles. También jugué en el Ural y en el Vioño, aunque al marchar a Madrid para estudiar tuve que dejar el fútbol.

Cuando ya estaba trabajando y al igual que otros antiguos jugadores de fútbol, jugué al fútbol sala en el equipo Royal, de Caión, donde tuve como compañeros a Ramiro, Luis, Fraga, Pedro, Manel y Emilio. Las calles de los vinos también fueron uno de los lugares en los que pasamos buenos ratos en compañía de buenos amigos, la mayoría de los cuales jugaban al fútbol.

En la actualidad, ya jubilado, tengo varios pasatiempos, como pasear en bicicleta y entretenerme curtiendo pieles para hacer carteras y bolsos, además de viajar con mi mujer.