La experiencia de Emilio Veiga, quien representa a los directores de centros de Primaria de la ciudad, se enfrenta hoy en día a nuevos factores de riesgo para la sana convivencia de la comunidad educativa. El principal, el efecto de la tecnología en el comportamiento de los menores, que deriva en situaciones de acoso escolar y no genera la suficiente respuesta de prevención en los niños y sus familias.

- ¿Están hoy los menores menos protegidos de las situaciones de acoso en el ámbito escolar?

-Programas como Agente Tutor u otros del Ministerio o los que promueven los centros se dirigen a niños cada vez menores. Empezamos por 6º de Primaria, bajamos a 5º y ahora estamos en 4º abordando talleres informativos y educativos con niños ya de 9 años. Pero nos encontramos con que muchos menores no tienen presentes las precauciones y recomendaciones que hacemos los profesores y los policías. Yo siempre les pregunto si estarían dispuesto a darles sus datos personales a un desconocido que se los pidiese en la calle. No, claro que no. Pero detrás de un ordenador o un teléfono cambia la historia.

- ¿Cuál es el peligro principal que suele causar casos de acoso?

-Poner en manos de niños tan pequeños equipos electrónicos como un teléfono con conexión a internet o una tablet con escaso control es peligroso. Notamos que bastantes padres no hacen ese control de uso, por lo que es difícil alejar a los niños de la burbuja tecnológica, que creen que ellos mismos saben controlar. Otro peligro que ahora ya se da con 10 y 11 años es la manipulación de imágenes y vídeos y su difusión para hacer daño a niños. Parte de estos riesgos a los adultos nos cogen en fuera de juego porque pensamos que a los niños les llega la prevención que les damos, pero en realidad eso no ocurre.

- ¿Qué impide la eficacia de esa labor de prevención?

-El gran problema, tanto de acoso físico como en redes, es los testigos. El Tutor y otros programas se esfuerzan por que sean los compañeros de los acosados los que den la voz de alarma, los que traten de conseguir que se haga cambiar de actitud a quien intenta acosar.

- ¿Y no lo hacen?

-Los pequeños no quieren ser chivatos. Empiezan a tener un concepto de socialización y de poder de grupo en pandillas que no es nuevo. Les puede más no ser vistos por los demás como acusadores que ser capaces de ser testigos activos de lo que pasa, de decírselo a los profesores y a la familia. Los adultos no somos conocedores de casos o tardamos en descubrirlos.

- ¿Cómo tiene que ser el diálogo entre el educador y la familia?

-Echamos en falta un mayor control tanto a la hora de poner la máquina en las manos de los niños como a la hora de gestionar el día a día de la máquina. Nos descorazona que los niños acudan a los talleres con sus tutores y que en el mejor de los casos vengan 20 familias. Los padres son conscientes de que hay peligro, pero a la hora de estar presentes en la formación y prevención para sus hijos no es lo que deseamos.

- ¿Qué situaciones son más difíciles de resolver?

-Detectar la situación, el niño que retiene una situación de incomodidad, preocupación, insatisfacción... Hay que hacerle ver que lo que necesita es manifestarlo. Hoy hay que trabajar las competencias socioemocionales. Además de las matemáticas, la lengua y la ciencia, hay que dedicar tiempo a abordar el mundo socioemocional. Enseñar a los niños a expresar sus necesidades es cada vez más importante. Y eso requiere mucha formación por parte de los docentes. Es algo que tiene que incorporarse en los curriculum de los futuros profesores.