Los coruñeses de hoy quieren volver a desayunar con cascarilla. La infusión típica que los habitantes de la ciudad usaban hace casi un siglo como sustituto barato del cacao, dado el elevado precio de este último, es hoy un producto ampliamente demandado, cuyo suministro empieza a escasear entre los proveedores tradicionales.

Atrás quedan los tiempos en los que beber infusión de cascarilla llevaba implícitas connotaciones de humildad y bajos recursos, ya que constituía poco más que un caldo pobre con poca substancia. Hoy el producto vuelve a consumirse en la ciudad como delicatessen, recuperando con orgullo el anteriormente despectivo apelativo de cascarilleiros, otorgado por los ferrolanos y santiagueses a los coruñeses. La amarga bebida, cuyo precio puede alcanzar en la actualidad los quince euros por kilo, es hoy un reclamo en los escaparates de negocios tradicionales coruñeses, que se quedan rápidamente sin existencias tras colgar el cartel de "Hay cascarilla".

En Marqués de Pontejos, el copropietario del histórico ultramarinos Casa Cuenca, Francisco Rodríguez, afirma que la infusión se vende bien entre los coruñeses, que la compran "por nostalgia los mayores y por curiosidad los más jóvenes". Sin embargo, tal y como indica, se complica la tarea de encontrar un proveedor, ya que son cada vez más las chocolaterías que compran la pasta de cacao ya elaborada y procesada. Este tratamiento prescinde del procedimiento tradicional, en el que se obtiene la cascarilla al separarla del grano. Coincide con él el propietario del establecimiento de alimentación gourmet La Fe Coruñesa, José Manuel Vilar, en Riego de Agua, que hoy en día no distribuye el producto al carecer de proveedor y cuando la tuvo, se agotó muy rápido.

De entre las pocas empresas que conservan el carácter artesanal en la elaboración del chocolate, desde el tueste hasta el empaquetado, destaca la carballesa Chocolates Mariño, casa de referencia en el sector que no ha dudado en mantener el proceso tradicional a lo largo de sus noventa años de historia. "Somos de los pocos que mantenemos esta producción", afirman desde la empresa. La afición de los coruñeses por este producto no es casual, ya que, en los albores del siglo pasado, las descargas de cacao provenientes de América Latina iban a parar a los muelles de A Coruña.

El bajo precio al que se distribuía la cáscara del cacao, utilizada como infusión, popularizó su consumo entre los ciudadanos en los tiempos del hambre. A Coruña de principios del siglo era entonces enclave de la fabricación del chocolate, gracias a entidades añejas del sector como Chocolates Express, fundada en 1930 y todavía activa, o Chocolates Juan Vázquez Pereiro, residente histórica de la estrecha de San Andrés. Actualmente, el género más barato proviene de África y entra por Valencia, lo que dificulta el fácil acceso de antaño a la cascarilla para los que precisamente la ostentan como sobrenombre, que a día de hoy han vuelto a aficionarse a su sabor amargo.