Nací en la calle de La Paz, en la que viví hasta los tres años, en la que mis padres, José María y Milagros, decidieron trasladarse a la zona que años después se llamaría avenida de A Sardiñeira, que en aquel tiempo eran cuatro casas. Recuerdo que también estaba la fábrica de aceites Morgade, un laboratorio de piensos y la fábrica de sardinas y harinas de pescado Aliko.

Mi primer colegio fue el de doña Petra, situado frente al almacén de lejía de la calle Mariana Pineda. De allí pasé a la academia Puga, al lado de la escalinata de Santa Lucía, donde estudié contabilidad, mecanografía y cultura general. A los catorce años me puse a trabajar en Suministros Santos, en Cuatro Caminos, que tenía representaciones de regalos, juguetería y perfumería y donde estuve como administrativa hasta los diecinueve años, ya que el dueño falleció en un accidente de tráfico y la empresa cerró.

De allí pasé al comercio de electricidad Díaz Armada, en el que desarrollé el resto de mi vida labora. Estaba situado frente al desaparecido cine Alfonso Molina, que fue una sensación en la zona de A Coiramia por su modernidad y porque exhibía estrenos que evitaban que tuviéramos que ir a los cines del centro.

Mi primeras amigas fueron del barrio, como Mariluz, María Elena, Maribel, Carmen la del pozo, Chola y María Luisa, También había una pandilla de niñas mayores que nosotras con la que jugábamos, formada por Nenita, Pili, Lita y Maricarmen la del bajo, aunque tampoco puedo olvidarme de amigos como Luisito, José Ramón y Toñito Roca. Tengo grandes recuerdos de aquellos años, en los que podíamos jugar en la calle y en los campos de los alrededores con total libertad, ya que apenas había coches.

Jugábamos en la zona de las ruinas de la fábrica de zapatos de Ángel Senra, así como en las de otras fábricas abandonadas del barrio, en cuyas naves jugamos al escondite y a todo lo que se nos ocurría. También nos balanceábamos en los postes que Telefónica dejaba a secar en el barrio e íbamos a coger agua a la fuente de los Estrapallos, donde estaba la fábrica de gaseosas San Cristóbal.

La Granja Agrícola fue otro de nuestros lugares de esparcimiento, ya que cuando hacía buen tiempo muchas familias bajaban allí con sus hijos. Había unas fuentes con un agua muy buena para beber, por lo que mucha gente se la llevaba. También solíamos jugar en la Estación del Norte y en la finca de la fábrica de maderas.

Cuando bajaba de pequeña al centro con mis padres aún estaba la Tómbola de la Caridad y cuando íbamos a la romería de Santa Margarita casi no se podía andar porque todo el parque estaba lleno de familias con comidas y meriendas para pasar el día.

Tengo un gran recuerdo de los cines Monelos, España y Doré, a cuyas sesiones infantiles iba con frecuencia, así como de las fiestas de las calles San Luis y Vizcaya, además de las que después se hicieron en Os Mallos. Cuando empecé a trabajar fui a los bailes y guateques de estudiantes, así como a los cines y bares del centro, aunque siempre teníamos que volver temprano a casa. Tampoco me puedo olvidar de los viajes en tranvía, que cogíamos en Cuatro Caminos, para ir en verano a las playas de As Xubias y de Santa Cristina.

Me casé con Manuel, a quien conocí en primer trabajo, y tenemos un hijo llamado José. Ahora, ya jubilada, participó en varias actividades en el Fórum Metropolitano y me reúno con mis antiguas compañeras de mi primer trabajo, como Pruden, Gloria, Raquel y Ana. También me veo dos veces al año con mis amigas de la infancia para hacer comidas en las que recordamos los viejos tiempos.