Cerca de cien años cuenta ya la Ciudad Jardín coruñesa. De las imágenes aisladas de sus primeros hotelitos residenciales a la amalgama actual, la transformación ha sido profunda, para mal en la mayoría de los casos. En lugar de conservar una colección de arquitecturas ya históricas, pertenecientes a los albores del siglo XX, las reformas, ampliaciones y nuevas construcciones, no dejan de ser impersonales actuaciones sobre un espacio urbanizado que quiso ser modélico pero que acabó convertido en un barrio más, con los problemas comunes al resto.

Fue, incluso, de los más precoces ejemplos de Ciudad Jardín europea, solo dos años después de las inglesas Letchworth y Welwyn, las primeras en usar este nuevo término, enfrentado al modelo de población industrial de la época. El Ayuntamiento había proyectado un segundo ensanche desde la plaza de Pontevedra hasta el poblado de San Roque, que bordeaba la playa de Riazor, contando en medio de esta parcelación con un gran parque en forma de almendra. Precisamente en esa almendra, sería donde una sociedad de accionistas compró 63.000 metros cuadrados para construir 76 viviendas unifamiliares con diseño de Eduardo Rodríguez Losada. Coincidiendo con esta iniciativa se trasladó el proyecto del parque Joaquín Costa al monte de Santa Margarita.

A la zona de grandes residencias eclécticas en la avenida de La Habana le siguió, en 1935, la creación de una cooperativa de funcionarios de la Diputación denominada Domus, que urbanizaría las calles de la zona del paseo de ronda, Valle Inclán y la hoy llamada Filantropía. En este caso se utilizó un único modelo de viviendas pareadas diseñado por Santiago Rey Pedreira. Para la parcelación de la zona se trazó un viario que era continuación del callejero existente, integrándolo en el resto de los servicios urbanos. Esta decisión de continuar en el barrio el trazado de manzanas que tenían los ensanches anteriores impidió que la nueva ciudad funcionara como una singularidad diferenciada del resto.

Pronto se desplazaron a la nueva Ciudad una serie de equipamientos escolares y sanitarios, que desvirtuaron más su carácter original de jardincitos construidos, al ocupar grandes lotes de terreno con colegios, guarderías, residencias y hospitales. A las arquitecturas de diseño de las dos primeras promociones, siguieron la construcción aleatoria de todo tipo de chalés, siguiendo gustos y modas del momento. En concreto, a las obras eclécticas iniciales de Rodríguez Losada se sumaron edificios art decó de Rafael González Villar, casas de estilo regionalista, montañesas, casas con torre, modelos clásicos de Vicens o Tenreiro y los adosados racionalistas de la Domus. A partir de los años sesenta el repertorio rompe con cualquier secuencia estilística y la variedad caprichosa de soluciones no se interrumpe hasta nuestros días.

El último gran conflicto de la zona surgió en 1988 con el Plan Especial de Urbanización del Paseo de los Puentes, cuyo uso de la edificabilidad vulneraba el Plan General de Ordenación Urbana. A partir de entonces, las promociones del Paseo de las Puentes generaron una sobrevaloración de las parcelas de la colonia, que no se ha detenido hasta hoy. Las dificultades iniciales para convencer a la población de que se desplazara a vivir en este arrabal, parecen continuar en la actualidad, cuando vemos la gran cantidad de chalés cerrados o en venta, aunque lógicamente las razones no son las mismas que entonces. La rehabilitación de las casas es lenta y cara, el estado de sus servicios urbanos semiabandonados a su suerte, con las calles repletas de cables, instalaciones en postes de madera, pavimentos descuidados o escasa presión del agua. A lo que hay que añadir el poco gusto de las reformas y ampliaciones de muchos de sus edificios.