En aquella España de principios de los sesenta el panorama nacional de la música estaba monopolizado por las líneas que marcaban el pop de Los Brincos y Los Pekenikes, los alegres temas de Karina y las tonadillas de Raphael, que a su vez habían sustituido a las de Concha Piquer, a las baladas de José Guardiola, los boleros de Antonio Machín y las melodías de Los Cinco Latinos, protagonistas de los 50. De repente, en mitad de aquella década, aparecieron los cantautores. Como Joan Manuel Serrat, que hoy protagoniza en el Palacio de la Ópera, a partir de las 21.00 horas, uno de los conciertos más esperados en la ciudad, con su disco más emblemático, Mediterráneo, como bandera. Anoche, aún quedaba un puñado de entradas a la venta, a 42 o 50 euros.

Sus canciones eran como la luz que se veía al final de un túnel, una banda sonora que ayudaba a sobrellevar la larga noche de piedra del franquismo. Entre todas las voces de aquel fenómeno sociológico, la de Joan Manuel Serrat llegaba nítida y clara a pesar de que no era el modelo que hasta entonces se valoraba en el pop, aquel poderoso grito que había llegado de la mano de Tom Jones y Engelbert Humperdinck y se había quedado a vivir entre nosotros en las gargantas de Nino Bravo y Camilo Sesto.

La de Serrat era una voz fuerte pero no por su potencia sino por la manera de decir los mensajes de las letras de sus canciones de amor y de denuncia. Era una voz que acercaba a nuestros oídos una poesía arropada en melodías que eran el envoltorio preciso que necesitaban aquellas letras que hablaban de amor y de desamor pero también de la vida y de la muerte, del sufrimiento y del dolor, de esperanzas y de ilusiones. En pocas ocasiones las letras y la música de las canciones habían llegado a una identificación tan plena como en las composiciones de Serrat. Y lo hacían además en castellano y en catalán, las lenguas de la cultura en la que había crecido, sin que las nuevas generaciones se escandalizaran, porque este país ya empezaba a ser otro.

Serrat había nacido en 1943 en el barrio barcelonés de Poble Sec, de padre catalán y madre aragonesa. Era un hijo de clase obrera que se fue haciendo un sitio en la música gracias a su talento y a sus méritos. La vida de barrio marcó su personalidad y su poesía hasta el punto de dedicar muchas de sus canciones a personajes y escenarios de aquella infancia de posguerra en la que le tocó vivir. De aquel mismo bario eran Jaume Sisa y algunos componentes de grupos como Los Salvajes, Los Mustang y Los Cheyenes.

Pero sus inquietudes no le llevaron por el rock sino por la canción de autor y se integró en el movimiento de la Nova Cançó catalana desde el grupo Els Setze Jutges, un colectivo que había reunido a cantantes y poetas progresistas entre los que estaban Pi de la Serra, Guillermina Motta, Lluis Llach, Josep María Espinás y Remei Margarit, cuyo objetivo era normalizar el uso de la lengua catalana, reprimida entonces por el franquismo. Por eso la decisión de Serrat, en un momento determinado, de cantar también en castellano, provocó fuertes críticas en el seno de Els Setze Jutges y hay quien afirma que fue el detonante que poco después terminó con la desaparición del colectivo.

Después de hacerse con una popularidad nunca antes alcanzada en España por un cantautor, Serrat fue designado para representar a España en el Festival de Eurovisión de 1968 con una canción compuesta por Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, el Dúo Dinámico. La exigencia de Serrat de cantar en catalán al menos alguna estrofa de aquel La, la, la provocó su sustitución fulminante por la cantante Massiel, que acabó ganando el certamen.

El prestigio de Joan Manuel Serrat se afianzó definitivamente con los Long Plays dedicados a la poesía de Antonio Machado y Miguel Hernández, dos víctimas de la Guerra Civil, mientras su carisma de opositor al franquismo crecía también gracias a su participación en manifestaciones de protesta contra el régimen. En esos momentos la censura prohibía sus apariciones en TVE, la única televisión entonces, y que se radiaran en todas las emisoras del país algunas de sus canciones ( Muchacha típica, Fiesta, Conillet de vellut).

La persecución se agravó en 1975 cuando criticó duramente al régimen a raíz de los últimos fusilamientos del franquismo, hasta el punto de tener que exiliarse durante un tiempo en México para evadir la orden de busca y captura dictada contra su persona. La prohibición de divulgar su discografía en los medios de comunicación provocó el fracaso de su LP Para piel de manzana, en el que había puesto grandes esperanzas.

A su regreso a España después de la muerte de Franco dedicó un LP en catalán a la poesía de Joan Salvat-Papasseit y publicó en castellano 1978 con nuevas canciones, algunas compuestas durante el exilio, a las que añadió un poema de José Agustín Goytisolo. Desde entonces, aunque sus discos ya no alcanzaban los primeros lugares de las listas de ventas a pesar de que su calidad no había menguado, continuó publicando incesantemente en catalán y en castellano, musicando a otros poetas, homenajeando a otras músicas y participando en largas giras en solitario o acompañado de otros cantantes como Joaquín Sabina, Miguel Ríos o Víctor Manuel y Ana Belén.

En 1971 había publicado Mediterráneo, un disco trascendental en la evolución de la canción de autor, una de esas obras que marcan una inflexión en la historia de la música popular de un país, con una serie de temas irrepetibles que aún hoy se escuchan con la frescura de la primera vez a pesar de haber pasado por ellos casi cincuenta años. Tanto es así que en pleno 2018 es este disco la base del repertorio con el que Serrat cubre la gira que estos días recorre España y que esta noche llegará al Palacio de la Ópera.