Nací en Agolada, en la provincia de Pontevedra, pero cuando tenía dos años mis padres, Manuel y María, decidieron trasladarse a esta ciudad para intentar mejorar su vida, ya que tuvieron otros nueve hijos: Sindo, Manolo, Antonio, Luis, Víctor, Gemma, Mercedes, Fernando y Raquel. Nos instalamos en la calle Montes, donde mis padres abrieron un bar gracias al dinero obtenido con la venta de todo lo que tenían, aunque lo cerraron pocos años después.

Como mi padre hacía trabajos de todo tipo, le ofrecieron un empleo en una gasolinera ubicada en Juan Flórez y que tenía un único surtidor, en la que se jubiló cuando desapareció al iniciarse la edificación en aquella zona. Mi vida escolar transcurrió en el Hogar de Santa Margarita, donde al acabar el bachiller me llamaron para hacer la mili. Me destinaron al regimiento de Artillería Antiaérea de Cádiz, donde lo pasé bien, aunque al estar tan lejos si me daban días de permiso no valía la pena ir a casa, ya que me los pasaba de viaje.

Al terminar empecé a trabajar ayudando a mi padre en la gasolinera y luego aprobé unas oposiciones para el Banco del Cantábrico, del que pasé luego al Banco Simeón y después a Caixa Geral de Depósitos, donde me jubilé. En esos años me casé con Paloma Ceano, recientemente fallecida, con quien tuve dos hijos, Roi y Olalla, quienes me dieron dos nietos: Teluco y Candela.

Mi pandilla de la infancia estuvo formada por José Luis Balado, Manolo Fernández, Manuel el de la cantera, y mis compañeros del colegio Peteiro, Manolo y Andrés. Recuerdo que muchas veces hacía el recorrido hasta el Hogar de Santa Margarita andando y que otras veces lo hacía con mi hermana Gemma en el trolebús de dos pisos, en el que siempre íbamos en el de arriba.

En lo único que pensaba siempre era en jugar con mis amigos en la calle o en los campos que la rodeaban, como las fincas del señor Carral en Oza, donde solíamos coger fruta o cualquier cosa que se pudiera comer, por lo que siempre estaba vigilando en los alrededores, aunque como nosotros corríamos mucho, lo único que podía hacer el hombre era gritar.

Los domingos y festivos íbamos a los cines de barrio como el Gaiteira, Monelos, Doré y España para ver películas de vaqueros, de romanos o de guerra. Todos los años esperábamos con gran ilusión las fiestas de A Gaiteira, a las que a veces venían pandillas de los barrios de Katanga y Corea y se montaban follones porque a los chavales no nos gustaba que vinieran a bailar con las chicas del barrio, lo que también les pasaba a ellos cuando íbamos a las fiestas de Labañou, Os Mariñeiros y San Pedro de Visma.

Como el trabajo del banco me dejaba estresado muchas veces, empecé a correr en solitario en una época en la que casi nadie lo hacía, solo el famoso coronel Lujones, que iba todos los días desde Santa Cristina hasta el cuartel y a la gente le parecía que estaba chalado. Años después formé parte del primer grupo de corredores coruñeses con María Luisa y su marido Eduar do, Fernando Macedo, Moncho Redero, Varela y Andrés Arriaza. Llegué a participar en varios campeonatos gallegos y de España en la categoría de veteranos y en carreras populares de toda Galicia, en las que conseguí más de un centenar de trofeos. Para mí, los más importantes fueron los de los maratones de Asturias, en el que fui primero en mi categoría y con una buena marca, y el de Valencia, en el que también fui campeón.

En la actualidad sigo corriendo para mantenerme en forma y pertenezco al Club de Atletismo de Sada, donde me reúno con otros corredores veteranos. También jugué al fútbol sala en el equipo de mis hermanos Víctor y Antonio, Peña Sieiro, ya que tenían una tienda de electrodomésticos llamada Comercial Sieiro.