"Estoy muy orgulloso de tener a mis educadores. Para mí son una referencia y un punto de apoyo. Creo que se nos juzga por crecer en un centro de menores, cuando alguien escucha ese término tienden a pensar que hiciste algo malo. Estar en un piso tutelado no es malo. Me provoca impotencia que se me juzgue sin conocerme". Así de tajante habla Enrique González, joven tutelado por la administración que actualmente reside en uno de los pisos que la organización Igaxes dirige en la comunidad, enmarcados en el programa Mentor. Este programa, dedicado a jóvenes que afrontan la recta final de su paso por el sistema de protección de menores, trata de orientar a este colectivo en su paso hacia la emancipación.

Los jóvenes tutelados se enfrenta diariamente a un estigma que en ningún caso refleja su realidad. La gran mayoría crece sin el apoyo de una familia, por lo que deben recurrir a centros de menores, lo que alimenta el estereotipo que les criminaliza. "A mí no me gusta emplear términos como menor o centro de menores, tienen unas connotaciones muy negativas y trato de evitarlos. A ellos tampoco les gustan estos términos. Se asocia a reformatorios y conductas conflictivas, eso perjudica mucho a un colectivo que tiene unas circunstancias familiares que ellos no escogieron. Hace muchísimo daño", comenta Pilar Ramallal, una de las educadoras sociales de Igaxes. "Se tiende a ser poco respetuosos con su intimidad, se dan noticias con poco tacto. A ellos les duele".

Ofrecer una visión adecuada y digna de la juventud tutelada es uno de los muchos frentes que la organización Igaxes tiene abiertos en el ejercicio de su cometido, el de garantizar los derechos de la infancia y la juventud en situación de tutela. El objetivo principal de la entidad es ser una vía para estos niños y niñas hacia la autogestión.

La evolución de los adolescentes que acceden al servicio, desde que entran hasta que se sienten preparados para salir y enfrentarse con el mundo, es palpable desde su propia perspectiva y desde la de sus educadores. Son pisos autogestionados en los que no hay personal de limpieza, de cocina, en la que todo es responsabilidad de los jóvenes residentes, como explica Enrique. "Nosotros organizamos las tareas. Tenemos un día a la semana en el que hacemos una asamblea, en la que hablamos un poco de todo, leemos las actas de anteriores asambleas, organizamos la semana en función de los horarios de cada uno. Por ejemplo, si esta semana yo tengo un deporte o una actividad y no puedo hacer la comida, se encarga otro pero tú haces otra cosa".

Una convivencia en la que, confiesan, pueden surgir roces y conflictos, como en todas. "No siempre va a haber buen rollo, pero siempre hay que tener un respeto hacia tus compañeros, viven contigo y tienes que saber comportarte y contestar bien", asegura Enrique.

La estancia en estos pisos, además de prepararlos para la vida fuera, en la que tendrán que caminar solos, ayuda a estos jóvenes a madurar y a adquirir otras perspectivas. "Yo llevo un año en este piso y noto que he ganado muchísima madurez. Entiendo muchas cosas de la vida que antes desconocía. Aprendí a hacer tareas domésticas que en mis anteriores centros no hacíamos, cocinar, poner la lavadora. Si no lo haces tú, no lo hace nadie. No es lo mismo estar en un centro de menores que estar en una vivienda Mentor. En un centro te sobreprotegen, en esta vivienda te dan las herramientas para que seas autónomo y te independices. Aunque, claramente, los educadores siempre están para echarte un cable", cuenta Enrique.

"Evolucionan muchísimo. A veces desde dentro del proceso no te das cuenta, pero a medida que se van superando objetivos, te das cuenta de todo lo que van creciendo. Cada uno evoluciona a su medida, el momento personal para quemar las etapas lo eligen ellos en función de lo que vivieron y están viviendo. Aprenden a hacer gestiones, trámites, a moverse en el mundo. No puedo decir que haya habido algún chaval que no haya evolucionado tras su paso por la vivienda", apunta la educadora.

El joven, de 17 años, tiene claros sus planes de futuro. Acaba de terminar un ciclo medio de auxiliar de enfermería, del que próximamente comenzará sus prácticas, tras lo que planea realizar el ciclo superior de técnico en educación física y deportiva para acceder, después, al grado. "Esa es otra de las cosas que también he aprendido, a ser reflexivo y tomar mis decisiones. Me decanté por este ciclo medio por la salida laboral y porque estaba seguro de que lo terminaría. Me gusta terminar lo que empiezo, ponerme una meta e ir a por ella. Tomé esa decisión e igual no era lo que más me apetecía, pero en el momento hice lo mejor para mi futuro", continúa Enrique.

La palabra "objetivo" es recurrente en el vocabulario de educadores y jóvenes cuando explican sus rutinas y su día a día. "Todos tenemos objetivos y motivaciones. No sirve de nada que yo les diga que tienen que estudiar, hay cosas que tienes que imponer, claro, pero debe salir de ellos. Tienes que construir esa relación de confianza con ellos y ellas. Cuando tienen esa motivación se esfuerzan por llegar, es algo a lo que te aferras cuando tienes un mal día, te empuja a continuar. Ponerse objetivos es una herramienta psicológica muy potente, por eso intentamos enseñarles en base a ella", explica Pilar.

Enrique y los demás jóvenes residentes en los pisos de Igaxes3 tienen presente el momento en el que abandonarán la vivienda. Algunos, como la hermana de Enrique, ya se han independizado y actualmente gestionan sus propias viviendas y recursos de forma autónoma. "Yo tengo pensado quedarme aunque cumpla los 18, al tiempo que sigo estudiando. Cuando me vaya, quiero estar lo suficientemente preparado para irme sin ayuda. Aunque tengo claro que siempre tendré a mis educadores para orientarme cuando tenga algún problema", explica Enrique.

La educadora corrobora esta visión. "El objetivo no es que se marchen, es que se marchen lo más preparados posible, con empleo estable, algo ahorrado, etc. Pero, sobre todo, que tengan la vivienda como un espacio seguro, de referencia, al que puedan acudir si algo va mal".