Un escritor busca el calor del público sobre las tablas de un escenario. En frente, y como respuesta, le recibe un palco casi vacío. Así ilustra Antonio Orejudo la situación actual de la literatura en la cubierta de Grandes éxitos, un recopilatorio de algunos de los textos publicados durante sus más de 30 años de carrera. La revisión de los relatos, perfilada con trazos de las circunstancias en las que fueron escritos, la presentó ayer el autor en la Feria del Libro, donde estuvo desde las 19.45 h.

- ¿No son los 56 una edad demasiado temprana para emprender antologías?

-En realidad, más que una especie de recogida de grandes éxitos, lo que yo quería era reunir relatos que se iban a perder. Y me ha sorprendido porque, conforme lo iba haciendo, me iba dando cuenta de que todos esos textos dispersos tenían más cosas en común de lo que a primera vista parecía. El libro fue cobrando su propia identidad.

-Su germen tiene algo de nostálgico, aunque usted dice que eso echa a perder la literatura.

-Sí, pero no ha sido tanto un ejercicio de nostalgia como un ajuste de cuentas conmigo mismo, una revisión de una primera etapa literaria. Los 55 años desde luego no son el final de la vida, pero sí marcan la mitad. El libro era una reválida, para ver qué había hecho hasta aquí.

-¿Y qué nota ha sacado?

-[Duda] Aprobadillo raspado.

-Eso es un juicio duro.

-Es la única manera. La otra opción es complaciente, y la complacencia me parece que no conduce a ninguna parte. Como decía un buen amigo mío, la crítica fortalece y el halago debilita. Si uno se quiere a uno mismo, y yo me quiero mucho, tiene que ser implacable. Así que tengo una idea bastante poco amable de mi escritura.

-A raíz de su anterior novela, Los cinco y yo , decía: "Cuando tienes 50 te das cuenta de que te has equivocado en todo". ¿El desengaño alcanza también a la literatura?

-Pues un poco, lo cual no significa que no se tuviera la misma sensación si fuera ingeniero o arquitecto. Pero en el caso de la literatura, sí que creo que las cosas no están para tirar cohetes. Cuando yo tomé la decisión de dedicarme a ella, el papel del escritor en la sociedad era otro. La literatura desempeñaba un papel más central. Hoy se ha ido convirtiendo en una cosa marginal, es la filatelia del futuro.

-Suena desalentador.

-Pero no porque sea pesimista, sino porque los chavales no tienen la misma relación que tuve yo con la literatura.

-¿Ni los mismos referentes?

-Claro. Mucha gente dice que nunca se ha leído tanto como ahora, y es verdad, pero son estados de Facebook, comentarios de Instagram? No esos textos que durante muchas generaciones se han considerado fundamentales. Por ejemplo, todo el mundo tenía el acuerdo de que una persona culta ha tenido que leer a Kafka. Pues esos acuerdos ya no operan. Mi hijo de 20 años piensa que una persona culta es quien se maneja bien en Internet.

-¿Cuáles diría que son los referentes ahora en la literatura, para los jóvenes?

-No creo que ahora haya un canon de literatura para la gente joven. Tenemos algunos nuevos poetas, como Marwan. Pero yo creo que vivimos en un momento en el que se confunde la ñoñería con la sensibilidad y la oscuridad con la complejidad. Me da la impresión de que los escritores que ahora leen los chicos jóvenes rozan la ñoñería. Estoy hablando de estos poetas nuevos que incomprensiblemente consiguen colas y colas en la Feria del Libro. Cuando uno va, se da cuenta de que los libros ya no son el centro, sino el merchandising de un youtuber.

-Usted propone el humor como alternativa a esos artificios, ¿no desanima el desprestigio?

-Para mí, la claridad y el humor son las dos manifestaciones más evidentes de la inteligencia, pero es verdad que en la literatura española el humor está penalizado. Los escritores escribimos cada vez más para escritores, no para la gente y, en este ambiente de alta graduación cultural, el humor nunca está bien visto. Cuando alguien dice que ha escrito un libro de humor, inmediatamente tiene que decir que es de humor inteligente, como si su condición natural fuera la estupidez.

-Cuenta que antes tenía la sensación de que el mundo estaba esperando su primera obra, pero que hoy ya no tiene esa confianza, ¿no debería ocurrir al revés?

-Debería ser así, y ocurre en todos los oficios. Pero yo, cuanto más mayor me hago y más novelas escribo, más inseguro estoy. Sin embargo, si le doy una vuelta a esta reflexión, pienso que es una actitud saludable. En cada novela empiezas de nuevo, no hay una fórmula que te permita sacar novelas como si fueran morcillas. Lo que me asustaría sería hacerlo. Eso no tendría emoción.