Ocho eran los hermanos, cuatro de ellos, fervientes militantes socialistas. Tres serían fusilados en el Campo da Rata. Solo uno logró escapar. Los llamaban los Hermanos de la Lejía, debido al producto de cuya fabricación vivía la familia. El padre, fiel socialista, no dudó en inculcar su ideología a sus hijos, Bebel, Jaurés, France y José, el primogénito. José, conocido familiarmente como Pepín, lograría escapar a Sudamérica tras el asesinato de sus hermanos, dejando atrás su ciudad, una de sus piernas y enterrada a su hija mayor, que no pudo sobrevivir a la huida. Hoy, la menor de sus hijas, Selva García Pomes, nacida en el exilio, pisa la ciudad de su padre por primera vez en sus 78 años de vida, dispuesta a recuperar su memoria.

"He venido a la ciudad a hacer un monumento importante aquí, en honor a mi padre y a mis tíos, o al soldado republicano español, que está tan olvidado. También quiero comprar una casa y convertirla en centro cultural. En vez de que mis padres me den un legado a mí, se lo doy yo a ellos", cuenta Selva García. La hija del coruñés ya se encuentra en negociaciones con el Gobierno local para colocar el monumento en algún lugar señalado de la ciudad. Por ahora, se baraja la posibilidad de erigirlo en una plaza junto a la calle Hermanos de la Lejía, no muy lejos de donde fueron fusilados sus tíos en los primeros años de la guerra. Esta doctora en Química llevaba desde el año 2015 retrasando el vuelo que la traería a la ciudad donde nació y murió su padre, hoy enterrado en un mausoleo de San Amaro que recuerda a los héroes que dieron la vida por la libertad. No sabe muy bien el porqué. "Tenía terror de pisar A Coruña, lo sentía desde lejos. Y eso que el duelo lo he pasado hace muchos años", explica, "me emociono con facilidad, soy de lágrima fácil, en eso he salido a mi padre".

Selva García asegura que Pepín de la Lejía murió el día que se perdió la guerra, que lo que hizo después fue sobrevivir, movido por la familia a la que tenía que proteger. "Era un hombre muy dedicado a sus hijas, pero lo recuerdo siempre triste. Lloraba a diario". Un sentimiento que nunca lo abandonó y que lo empujó a regresar a la ciudad, que siempre sintió como su casa, en el año 1977, mientras que su mujer y sus hijas se quedaban en Buenos Aires. "Mi madre decidió quedarse porque no había perdido tanto en la guerra. Mi padre lo perdió todo, incluso su propia vida. Su vida estaba aquí, fueron los años en los que fue feliz".

Pepín de la Lejía, capitán gobernador de la zona catalana durante la guerra, escapó a Francia en un camión junto a su mujer y sus dos hijas en el último momento, cuando ya había perdido una pierna en la batalla de Brunete. Su hija mayor, Pilar, fue herida por una esquirla de bomba en plena huida. La herida se infectó y murió al cruzar la frontera. "Mi padre iba con muletas, y cada vez que bombardeaban muy fuerte, las muletas se desencajaban y mi madre tenía que recoger los trozos y volver a armarlas para seguir caminando", relata la hija.

En tierra francesa, vivieron hacinados en un antiguo taller de bomberos habilitado como campo de refugiados, desde donde partieron a América en el vapor Winniepeg, por mediación de Pablo Neruda. "Neruda era cónsul en Francia por aquel entonces. Tenía una lista de personas a las que era prioritario evacuar, porque serían los primeros en ser asesinados. En esa lista estaba mi padre". El carguero, con capacidad para 200 pasajeros, partió disimuladamente de un puerto cercano a Burdeos, cargado con 2.200 españoles huidos de la guerra.

Selva García Pomes solo desea que los acontecimientos de entonces no vuelvan a repetirse, pero que tampoco caigan en el olvido: "En 40 años de dictadura aquí se infundió terror. Tras tantos años, no puedes pretender que a la gente le entre en la cabeza rebelarse por algo. Los españoles, a su modo, son todos supervivientes."