Con cinco minutos de retraso pero con todo el protocolo propio de una pieza como Carmina Burana, comenzó ayer a sonar la Orquesta Sinfónica de Galicia en la plaza de María Pita acompañada de sus coros: el principal, el Joven y los Niños Cantores. La soprano Raquel Lojendio, el barítono, Javier Franco y el contratenor, Carlos Mena, comenzaron sentados pero después fueron interpretando las piezas ante la mirada admirada del público.

Cientos de personas abarrotaron la plaza y contemplaban en un silencio bastante parecido a la de un teatro la maestría de músicos y cantantes. O Fortuna abrió la cantata y las miradas y comentarios de reconocimiento se extendieron por la plaza. La famosa canción, utilizada en varias películas, espectáculos y por artistas contemporáneos, atronó el espacio con el sonido potente de los timbales y las voces de los coros.

El día soleado obligaba a los asistentes a lucir informales modelos que contrastaban con la elegancia sobre el escenario. Los uniformes de las tres formaciones y la orquesta, en casi absoluto negro, contrastaba con el rojo del vestido largo de la soprano, que tuvo que cubrirse al inicio del concierto con una estola negra ante la sombra y la brisa que cubrían la plaza. Los hombre, de frac también negro, y la ya tradicional camisa de cuello mao del director, Dima Sllobodeniuk, completaban el sobrio plantel sobre un escenario repleto de artistas.

Los aplausos se sucedieron durante el concierto rompiendo el protocolo de los conciertos de lírica, pero el entorno y el marco de las fiestas de la ciudad perdonaban la inexperiencia del público. Tal como había adelantado la soprano, los aplausos fueron sonados y duraderos al final de la cantata. "Nunca he encontrado una representación donde la gente no se levante al unísono a aplaudir como loca", comentaba Lojendio. Pero en este caso hubo otro momento de enloquecimiento ya que, tras más de una hora de recital, la OSG tenía una propina en forma de música tradicional, entonando O voso galo comadre.