Aunque nací en Os Castros, al poco tiempo mis padres, Luis Fernando y Consuelo, se trasladaron conmigo a la calle Cortaduría, en la que viví hasta que me casé. Mis padres trabajaron duramente para que pudiera estudiar, ya que él emigró al extranjero, mientras que ella repartía periódicos en el barrio de Cuatro Caminos.

Mis amigos de la calle, con los que formé la pandilla, fueron Nano, Lalo, Tonecho, Cheché, Manolo Bonigno, Milucho, Pepe el de la Campanera, los hermanos Raposo, Manolito el del bar, Merche, las hermanas Nenuca y Teresita, Pili y Piri. Jugábamos en la plazuela de las Bárbaras, el Parrote, jardín de San Carlos, el atrio de la iglesia de Santa María, plaza de la Harina, Dominicos y plaza de María Pita, donde siempre que jugábamos al balón el guardia municipal del Ayuntamiento intentaba quitarnos la pelota.

También jugábamos en la plaza de Santo Domingo, donde usábamos la puerta del cuartel como portería y utilizábamos pelotas de papel y trapo que hacíamos nosotros mismos. Algunas veces usábamos un balón de cuero que tenían los hermanos Raposo, que era un lujo para nosotros, aunque había que tener cuidado para que no recibir un balonazo porque hacía mucho daño, sobre todo en la cabeza.

Mi primer colegio fue el Montel Touzet, en la calle Herrerías, al lado de la famosa Escuela del Caldo. A los diez años pasé al Instituto Masculino para hacer el bachiller y a los dieciocho años marché a Santiago a estudiar Filosofía y Letras, aunque antes de terminar la carrera tuve que hacer la mili en San Fernando de Cádiz, por lo que dejé los estudios y después del servicio militar entré a trabajar en la compañía se seguros Plus Ultra.

Cuando empecé el bachiller estuve en el coro Ecus de la Ciudad Vieja, con el que canté en funerales, bodas, bautizos y novenas, en las que nos daban propinas, aunque tuve que dejarlo años después cuando me cambió la voz. También estuve en Acción Católica, con la que fui a primer campamento con diez años en el monte de A Curota, en A Pobra do Caramiñal. Luego me pasé a la OJE, en la que estuve hasta los diecisiete años y llegué a ser jefe de centuria, por lo que saludé a Francisco Franco cuando visitó el campamento de Gandarío mientras estaba allí.

Recuerdo que en aquellos campamentos lo pasábamos muy bien, ya que teníamos piscina y hacíamos todo tipo de juegos, por lo que muchos chavales se apuntaban para disfrutar del aire libre y de las excursiones que se hacían. A partir de los quince años empezamos además a acudir a todos los bailes y fiestas que se organizaban, en uno de los cuales conocí a mi mujer, Maricarmen, con quien tengo dos hijas, Lucía y Carolina, quienes ya nos dieron dos nietos, llamados Jimena y Sancho.

Nuestras playas preferidas fueron las de Riazor y el Parrote. En esa última solíamos comer lapas, almejas y berberechos que cogíamos allí mismo. Unas veces las tomábamos crudas y otras cocidas en una lata vieja membrillo que calentábamos en una hoguera. Cuando íbamos a Santa Cristina lo hacíamos en el autocar que salía de la Dársena y en el que viajábamos en el techo, ya que nos cobraban la mitad. Algunas veces volvíamos andando y en Cuatro Caminos nos quedábamos en la terraza de la cervecería, que siempre estaba llena de gente.

Tengo que destacar lo bien que lo pasábamos en las fiestas de verano de la ciudad y las buenas tardes que disfrutábamos recorriendo las calles de los vinos, los Cantones y la calle Real, donde solíamos parar en la Bolera, el Otero y el Priorato. También me acuerdo de los espectáculos que se hacían en verano en la parte de abajo del Kiosco Alfonso, que en esa época se convertía en sala de espectáculos y cafetería.

En la actualidad me dedico a coleccionar pines y medallas de todo tipo, de los que tengo más de 50.000, todos clasificados por países y regiones de todo el mundo, por lo que ya no sé dónde meterlos. Muchos de ellos son muy difíciles de conseguir, por lo que me considero el mayor coleccionista de Galicia y espero convertirme con el tiempo en uno de los más importantes de España.