Es costumbre que cuando llega un nuevo partido al gobierno, paralice proyectos, deshaga infraestructuras o ignore todo lo que dejó el gobierno anterior con ánimo de desmarcarse de su predecesor y visualizar la diferencia. No es nada nuevo en individuos y colectivos esa tendencia mesiánica de intentar, cuando aterrizan en una actividad, ignorar los acontecimientos anteriores. Claro que si el ciudadano fuese consciente del coste que supuso hacer tal o cual proyecto con efímera duración, probablemente se indignaría por la cantidad de euros derrochados sin que haya otra justificación más que se hizo por el gobierno anterior y no es nuestro proyecto.

Es esencial entender que, tras ochocientos años construyendo una ciudad, con personalidad, fisionomía o derechos ciudadanos, donde confluyeron diversas procedencias políticas y en ocasiones, no muy bien avenidas, no es solo buena voluntad, sino que hablamos de proyectos, más allá del color político de quienes estuviesen en ese momento en la corporación.

Una ciudad es un latir colectivo, un universo complejo y pluridimensional que hace que la ciudadanía desde la mañana a la noche tenga razones para acordarse de su administración local: alumbrado, asfaltado, calidad de las aguas y su suministro, alcantarillado, transporte urbanos, seguridad ciudadana?los epígrafes son interminables. La gestión de los municipios gallegos y españoles, los derechos de sus vecinas y vecinos se han ido desarrollando y perfeccionando de forma sucesiva al paso de los siglos y desde 1979, democratizándose y tomando protagonismo decidido sus poblaciones. Esto último se hará cada vez más, en cuanto se establezcan mecanismos eficaces de participación ciudadana que permitan a los que vivimos en la urbe, decidir qué ciudad queremos para vivir.

Una ciudad como Coruña, que fue durante muchos años, una ciudad referente en España, no es una colección de eslóganes con difusión mediática repetitiva y machacona. Es un proyecto poliédrico y apasionante, donde queda mucho por hacer. Es una urbe que debe mostrar el peso específico que tiene a la hora de construir solidariamente Galicia, tener un protagonismo en el municipalismo español en cuyo marco convive y una proyección internacional indispensable para consolidar su vida económica. Debemos ser ambiciosos, proyectar con vista prolongada y no anclarla en el pasado pretendiendo ser el origen de la historia, presuntamente por los descendientes directos de Breogán, pero con el riesgo de devolver la ciudad al medievo. Nuestra ciudad fue puntera en socialización de la educación, pionera en los servicios sociales y defensa de los derechos de la mujer, donde se implementaron servicios de protección ciudadana. Una ciudad de provincias que se modernizó hasta convertirse en una urbe cosmopolita, pero que después de años estancada en una absoluta falta de gestión, es incapaz de resolver las atenciones mínimas indispensables. Durante casi 30 años, el PSdeG gobernó esta ciudad con un bagaje abultado de aciertos que la hacen casi irreconocible. Los gobiernos socialistas, que partiendo de la puesta en marcha de la democracia municipal por la Corporación Democrática, presidida inicialmente por Domingo Merino Mejuto y luego por Joaquín López Menéndez, inició un período de progreso, desarrollo y crecimiento indiscutibles. Hubo algún error estratégico, pero los desaciertos no debieran impedirnos ver el bosque.

Este adanismo estéril denota un desconocimiento de nuestra historia reciente, con pretensiones de reescribir la historia tanto local como a nivel gallego ( como por ejemplo, los Pactos del Hostal) sin más ánimo que ser utilizada como cortina de humo para ocultar la ineptitud y desconocimiento de esta ciudad. No lo digo yo, lo dicen datos objetivos evidenciando incapacidad de gestión, liderazgo y lo más grave, la pérdida progresiva de pulso económico condenando a esta ciudad a la insignificancia. Es evidente el deterioro que hemos padecido en estos últimos años, tanto a nivel asistencial, de dotación de servicios, de creación de empleo y crecimiento económico. La ciudad funciona por la inercia propia de quienes vivimos en ella, donde los grandes proyectos que están de actualidad encima de la mesa, fueron promovidos por el partido socialista.

No es adanismo lo que se necesita. Es capacidad y compromiso con un proyecto colectivo de ciudad, es aprovechar lo que era beneficioso para los ciudadanos de los gobiernos predecesores para progresar y crecer, es conocer la historia para tomar impulso y construir la ciudad del futuro.