Me crié en la calle Noia, donde viví con mis padres, José e Isaura, y mis hermanos Josefina, Matilde, Manuel y José Luis. Mi padre trabajó en la empresa Conde Medín como especialista en bombas inyectoras, mientras que mi madre lo hizo en la empresa de pescados y conservas Chas, al lado del antiguo puente de A Gaiteira.

El primer colegio al que me enviaron fue El Despertador, encima de la panadería Porfirio, del que pasé al Coca y luego a El Ángel, donde tuve como compañero a Carrancholas, que se hizo famoso después jugando al fútbol. También estuve en la academia Vidal, donde conseguí el certificado de estudios primarios y dejé la escuela, ya que lo único que me gustaba era jugar todo el tiempo en la calle. Recuerdo que laté a clase muchas veces con Carrancholas, que fue quien me enseñó a hacerlo.

Empecé a trabajar como chaval de los recados en la empresa Víctor Díez Cuadrado, situada en la calle de San Andrés, de la que pasé a un taller de coches en la zona de la estación de San Cristóbal. Tres años después decidí arriesgarme y me embarqué en un pesquero del Gran sol, aunque lo pasé fatal porque nos pasamos dos semanas pescando y capeando temporales sin que hubiera ningún tipo de socorro para los barcos, ya que tan solo había un avión de reconocimiento inglés que pasaba de vez en cuando sobre nosotros.

Años más tarde trabajé en barcos de pesca en Las Palmas, hasta que mi amigo Fernando me ofreció trabajar en Pescados Reyero en el puerto coruñés, donde se empacaba pescado con destino a Madrid. Allí permanecí quince años hasta que me jubilé. En la actualidad formo parte del grupo Amizades, en que aprendo a cantar y participo en sus actuaciones.

Mi pandilla de juventud estuvo formada por Fernando, Juan Barreiro, Dopico, Antonio Quintela, Juanito, Emiliano Torre, Marisita, María Elena y Gelina, con quienes jugaba en el campo de la Peña, la fuente y el lavadero de A Coiramia, el monte de Zaragüeta, Ángel Senra, la estación del Norte y los Estrapallos.

Recuerdo que íbamos a las leiras de esta zona a coger tallos de berzas para jugar al hockey en la calle y que en la huerta de Perecas, que estaba junto al lavadero donde luego se construyó el colegio Karbo, nos colábamos para llevarnos membrillos y otras frutas, lo que también hacíamos en la finca de Linares, en la zona donde hoy están los nuevos juzgados. En esa huerta había muchas casas, animales de todo tipo, gallinas y pájaros de otros países, aunque había que tener cuidado con los perros y con los trabajadores, porque si nos sorprendían con la fruta nos daban unos buenos cachetes o tirones de orejas. Lo que más nos gustaba era ir al cine los domingos en pandilla para ver las películas de aventuras, en las que los chavales animábamos a gritos al protagonista, pero también nos encantaba tirarnos por las cuestas con los carritos de madera, como el que hice con rodamientos que mi propio padre me montó, aunque cuando fui a probarlo con los amigos en mi calle nos empotramos contra una esquina y nos dimos un gran tortazo que nos impidió hacer más carreras contra otras pandillas.

Uno de mis recuerdos de aquellos años es la Tómbola de la Caridad que se instalaba en los jardines de Méndez Núñez frente al Kiosco Alfonso, ya que en una de aquellas rifas a mi hermana Matilde le tocó una máquina de coser, que era todo un lujo en aquella época, por lo que el premio fue muy comentado entre todos los vecinos de nuestra calle.

También me acuerdo de que cuando íbamos a las fiestas de la zona del Gurugú cogíamos allí los pulpos y arenques que se ponían a secar y nos los comíamos en cualquier sitio. Cuando queríamos ir a pescar al puerto, pasábamos primero por la Granja Agrícola para coger cañas en el río de Monelos y luego les atábamos un trozo de sedal y un anzuelo, tras lo que nos pasábamos la tarde en el muelle de A Palloza pescando xardas o panchos.