Me crié en la calle Río Arnoia, donde vivía mi familia, formada por mis padres, Jaime y María Isolina, además de mis hermanos Elisa, Jaime y Nuria. Mi primer colegio fue el de los profesores Carlos y Fernando Quintas Goyanes, muy conocidos porque su hermano Luis fue un pintor muy importante que retrató a numerosas autoridades, incluidos varios alcaldes y rectores de la Universidad de Santiago, aunque también mi hermana Elisa y yo porque buscaba niñas con buen parecido y con trenzas.

Recuerdo que íbamos a su estudio en la calle Emilia Pardo Bazán y que al terminar los cuadros los expuso en la galería de Ángel García Tizón en la calle Real, al lado de la juguetería Moya. El cuadro de mi hermana se vendió en una exposición en Portugal y el mío fue encontrado en los años sesenta entre los muchos recuerdos que el pintor había dejado en su estudio a su muerte. Fue encontrado por mi marido, que investigaba sobre su existencia cuando éramos novios y me lo regaló tiempo después, cuando yo pensaba que ya no existía.

Tras dejar el colegio de los Quintas Goyanes, pasé al Instituto Social de la Mujer, en Santa Margarita, donde estuve hasta los quince años para hacer el bachiller técnico laboral, que me permitió luego obtener el título de Graduada Social. Más tarde aprobé unas oposiciones y comencé a trabajar como administrativa en la antigua Delegación de Sindicatos en la calle Pardo Bazán, de la que me transfirieron luego al Ministerio de Trabajo, aunque terminé mi vida laboral en la secretaría del Instituto Masculino.

En mis años de juventud mis amigas fueron Bebi, Juana, Mari, Macamen, Amparito, Flori, Alberto, mi hermano Jaime y varios amigos de su pandilla. Jugábamos en la calle Maravillas, Santa Margarita y su cantera, a donde íbamos todos los fines de semana cuando veíamos a nuestros abuelos. Nuestra tía Teresa nos llevaba siempre al cine Equitativa, que también iba a buscarnos al salir porque en aquella época las niñas estaban más vigiladas que los niños y cuando jugábamos en la calle no nos dejaban alejarnos mucho.

A partir de los quince años empezamos a bajar en pandilla al centro por las mañanas para pasear por la calle Real y los Cantones, mientras que por la tarde volvíamos para ir al cine. Muchas veces nos citábamos en el cine Avenida, cuyo vestíbulo fue durante muchos años el punto de encuentro de gran cantidad de jóvenes, al igual que los soportales del edificio del cine Rosalía de Castro.

Se puede decir que fui una buena niña y que estuvo controlada por la familia, aunque cuando podía hacía lo posible para pasarlo bien, sobre todo cuando mi padre me llevaba al Leirón del Casino o al bar Yéboles, en la calle Troncoso. Cuando iba de visita al comercio de mi abuelo Jaime y mis tías, La Marola, aprovechaba para ver los comercios de la zona. En Semana Santa nos llevaban a misa a pasar las siete capillas y teníamos que jugar sin hacer ruido, aunque los chicos tenían más libertad y disfrutaban más de aquellos día.

Donde lo pasaba mejor era en los ejercicios espirituales que hacía en Pontedeume con las compañeras con las que iba, ya que hacíamos todo lo posible por pasarlo bien cuando teníamos descanso y salíamos a pasear. Tuve que esperar a casi antes de casarme para tener más libertad y llegar a casa a las diez de la noche, ya que entonces pude ir con mi novio a los primeros guateques.

En verano iba a la playa con mis amigas a Riazor y Santa Cruz, aunque también pasaba las vacaciones en Oleiros con mi familia. También me acuerdo cuando acompañaba a mi padre a los festivales de los grupos de Educación y Descanso que se hacían cuando venía Franco a la ciudad, ya que él pertenecía a uno de ellos.

En la actualidad procuro disfrutar con mi marido haciendo los viajes que por circunstancias de la vida no pudimos llevar a cabo en el pasado y paso el tiempo con los nietos que nos dieron nuestras dos hijas y con nuestras amistades para recordar los viejos tiempos.