El tirón de nuestra Sinfónica de Galicia es indiscutible. La preciosa iglesia de Santiago, en Betanzos, se hallaba atestada de público y con gente de pie.

El entusiasmo que suscitó fue grande, aunque decreciente: a lo largo del programa fueron apareciendo grandes claros en los bancos de la iglesia.

A pesar de todo, al final hubo intensos aplausos para una agrupación y un director que habían interpretado el programa de manera soberbia. Otra cosa era el programa mismo. Interesante, para personas muy entendidas y para especialistas; pero no para el público en general. Un monográfico, dedicado íntegramente al Barroco español, tan desconocido resulta de gran dificultad para cualquier público. Y si es verdad que las oberturas y sinfonías de óperas y zarzuelas resultaron de grata audición por su estimable calidad y duración razonable, las dos sinfonías de Brunetti (31 en Re menor y 32 en Do menor) parecieron muy largas, reiterativas y no siempre de la mejor calidad musical. Gustaron, en cambio, la obertura de Corselli (para su ópera La cautela en la amistad) y la de Nebra (para su zarzuela Iphigenia en Tracia); ésta, de manera especial. Y también las sinfonías (que hoy llamaríamos oberturas) de Nicolás Conforto (para su ópera La Nitteti) y de Juan Bautista Mele, una preciosa pieza introductoria de su ópera Angélica y Medoro. La Sinfónica, en formación de cámara (quinteto de arcos y cinco instrumentos de viento -dos oboes, un fagot y dos trompas-), realmente excepcional bajo la dirección de un verdadero especialista en este tipo de música, a la cual el asturiano Aaron Zapico, con su gestualidad amplia y expresiva, le infunde un notable entusiasmo.