Precioso planteamiento del concierto con dos soberbias partituras en Re menor (tal vez, casualidad; acaso, deliberada coincidencia): el primer concierto para piano, de Brahms, y la séptima sinfonía, de Dvorak. Auditorio lleno por completo. (Siempre que hablamos de lleno completo, tenemos que excluir las localidades de tifus, que siempre quedan vacías en este tipo de actos musicales.) La venida del pianista noruego, hoy altamente valorado, ausente de nuestra ciudad desde el año 2002 -el maestro, José Luis Casas, dixit-, atrajo a una notable cantidad de alumnos de piano de los conservatorios que llenaron las localidades altas (allí no hay tifus) y mostraron un enorme entusiasmo tras la lectura que hizo Andsnes del concierto de Brahms, y al concluir la ejecución del bis: un Nocturno, de Chopin. En cuanto a la interpretación de la obra concertante, dejando aparte la versión del pianista, da la impresión de que el director intenta y demanda que se oiga absolutamente todo; pero, en una obra de tanta complejidad armónica, ello conduce en muchos momentos a poner de relieve texturas que no deben aparecer en primer nivel; de ese modo, la jerarquía de los planos sonoros se distorsiona y el discurso musical se satura y oscurece. Tal vez por eso, el segundo movimiento, donde Brahms limita la instrumentación para conseguir una página más dulce e intimista, fue el mejor logro de Tausk. En cuanto a la sinfonía, tampoco me cautivó el planteamiento con violentos contrastes; con desaforados volúmenes en muchos pasajes como, por ejemplo, en el trío del tercer tiempo, donde aparecieron opacidades por saturación sonora. Creo que estas dos lecturas no pasarán a la historia de nuestra agrupación sinfónica; a la que, desde luego, hemos escuchado una y otra obras en versiones muy superiores.