Pues va muy lejos. Leticia Moreno, la joven violinista madrileña va muy lejos. Quien es capaz de tocar de semejante manera el Adagio de la Sonata nº 1 para violín solo, de Bach, que ofreció como bis, puede llegar a lo más alto: la belleza del sonido, la articulación perfecta, un impecable movimiento del arco y esa extraordinaria manera de obtener volúmenes diferentes para cada una de las líneas melódicas en los pasajes en dobles cuerdas; todo ello revela a una artista de excepcional categoría.

Lo cual demostró también al tocar el precioso y difícil concierto de Szymanowski en el que se mantiene a todo lo largo de la partitura en una casi imposible frágil sonoridad, pura, cristalina, irreal, obtenida mediante los armónicos de su maravilloso violín (Nicola Gagliano, 1762). Me quejaba yo de que, en algunos pasajes, la orquesta -por lo demás, espléndida- la tapaba, y ella me aclaraba que precisamente la mayor dificultad de los dos conciertos de Szymanowsky es conseguir el perfecto balance sonoro entre solista y agrupación instrumental.

La Sinfónica y Boreyko -su director en esta oportunidad- realizaron dos lecturas espléndidas tanto de Blumine, esa pequeña joya mahleriana, como de la bellísima obra de Zemlinsky, basada en el cuento La sirenita, de Andersen. Este concierto ha demostrado que la música del siglo XX, cuando tiene una extraordinaria calidad, puede cautivar a todo un auditorio, sin que se produzcan las habituales discrepancias entre los apegados a la tradición y quienes desean escuchar música más nueva. Qué maravilloso sería que Leticia nos tocase el Concierto nº 2 de Szymanowski (que es su favorito) y que escuchásemos otras obras de Zemlinski, un extraordinario compositor.