El concierto del pasado viernes constituyó un enorme éxito. Para empezar, el auditorio del Palacio se hallaba atestado de público; hasta tal punto, que incluso la mayor parte de las localidades habitualmente vacías -aquejadas del llamado tifus- se hallaban cubiertas. Y, para concluir, tras la ejecución de la célebre rapsodia de Gershwin, y del bis jazzístico con que el director-pianista agradeció la actitud del público, una formidable aclamación retumbó en el ámbito de la sala. El concierto había comenzado con una brillante versión de la Sinfonía Expansiva, de Nielsen. Litton tiene tendencia a solicitar de la Sinfónica las más poderosas sonoridades. Y es bien cierto que nuestra orquesta es capaz de producirlas. Personalmente, creo preferible una mayor moderación en los volúmenes, alguna "f" menos de las que pide Litton a la agrupación en muchos momentos de la obra. Y no sólo en ésta, porque en Strauss la tendencia fue similar y el resultado el mismo: brillante, sin distorsión alguna del sonido -es preciso reconocerlo y destacarlo-, pero con excesivos decibelios. La rapsodia -si se me permite la relación sinestésica entre sonido y color"- tuvo más de rojo que de azul (incluso, aunque se trate más de "blue" que de blues); pero fue una versión espectacular. Por lo demás, la orquesta mantuvo una sobresaliente línea interpretativa. Tanto a nivel individual como por secciones. Las maderas, asombrosas; las trompas, soberbias; trompetas y trombones, formidables; espléndidos, los arcos; impecables los percusionistas?Y ¡con qué pasmosa facilidad nuestro clarinetista principal, Juan Ferrer, realizó la cromática ascendente que da comienzo a la obra! Los cantantes, en la Expansiva, discretos. Y Litton, en la rapsodia, un enorme pianista.