Casa Enrique, la famosa taberna de la calle Compostela, cerró en el verano de 2006. Atrás quedaban 76 años de vinos y licores, de fiambre y pinchos de queso del país con anchoa, de charlas culturales y amistades duraderas. Hoy Casa Enrique reabre en formato de papel y con la escritura y el recuerdo fresco de uno de sus decanos, Emilio Quesada, quien un día, en el lejano 1950, pisó la taberna por primera vez para sentirla casi como un hogar. "He querido rescatar una memoria irrecuperable". El abogado, periodista, escritor, exconcejal y cliente permanente de Casa Enrique "hasta el último día" presenta este jueves a las 20.00 horas en la librería Arenas un libro que revive aquel entrañable local.

Su dueño original desde 1930, Enrique Pérez Erol; sus sucesores, Eduardo Losada y Santiago Naya; la intelectualidad cultural de la ciudad en la década de los cincuenta (Urbano Lugrís, Mariano y Francisco Tudela, Villar Chao, Arturo Brea, José María de Labra, Paco de la Colina, Avilés de Taramancos, Álvaro Cunqueiro?); las revistas Atlántica y Vida Gallega; las tertulias, los aperitivos, los clientes, cientos de anécdotas? Todo esto y más recogen las páginas de Casa Enrique. Nuestra taberna, el título con el que Emilio Quesada consigue recuperar a las gentes, los sonidos, olores y sensaciones de tan singular lugar, su esencia auténtica.

"Me quedo con todos los muertos, aquellos que nos fueron dejando con el paso de los años", dice el autor con nostalgia de aquellos encuentros que convirtieron Casa Enrique en "una especie de ateneo". "Todos los días desde 1950 a 1962 había una tertulia fija en la que hablábamos de cualquier cosa, pero sobre todo de literatura, de cine, pintura, teatro". Así descubrió Quesada las obras de los dramaturgos Arthur Miller y Buero Vallejo, las películas de la nouvelle vague francesa, con Truffaut a la cabeza, y del neorrealismo italiano que se proyectaban en las pantallas, a Sartre y Miguel Hernández, las corrientes pictóricas abstractas.

Recuerda el autor que en el ambiente acogedor de la taberna había principios: "Libertad y tolerancia para hablar de todo y en todos los idiomas". "Esto era el santo y seña del local, con más tendencia hacia la izquierda moderada, pero también con voz y voto para la derecha", comenta. Hasta que un día, tras el paso de varias generaciones de nuevos artistas e intelectuales y de nuevas tertulias y encuentros y multitud de clientes, Casa Enrique cerró para no volver a abrir. Aquella vieja taberna que Enrique, que había sido alcalde pedáneo de Santa Marta de Babío en Bergondo, compró al anterior dueño del bajo de la calle Compostela con la promesa de convertirlo en un lugar serio "y sin borrachos", hoy vuelve a abrir en el recuerdo para permanecer para siempre en las páginas de un libro.