Es monologuista, mago, guionista y hasta director de cine pero, sobre todo, poeta. Luis Piedrahita, popularmente conocido por sus reflexiones vitales como El rey de las cosas pequeñas, regresará esta tarde a su ciudad natal para el encendido navideño de Marineda City, donde dará "la bienvenida más espectacular" a las fiestas con #PlayTheChristmas. El espectáculo, en el que unirá magia y humor, podrá verse en la Plaza Elíptica del centro, a partir de las 20.00 horas.

-El tema navideño le va como un guante, no hay nada más poético que la Navidad.

-Sí. La Navidad es una época en la que todo el mundo lo pasa bien y, si no lo pasa bien, ya nos encargamos de obligarle a que lo haga [risas]. Uno está contento y es feliz quiera o no quiera.

-¿Sobre qué le han hecho reflexionar a usted las fiestas?

-Acerca de todo un poco. De los villancicos, de las cenas de familia? Y de la mesa de los pequeños, esa que se pone aparte en la que hay Coca-Cola y gusanitos. Lo que pasa es que luego los mayores tratan de ir a esa mesa, que es donde está lo rico realmente. Yo he estado ya en las dos mesas, y siempre he tenido la función de contrabandista. Me encargo de pasar alguna gamba a los pequeños, y ellos a cambio me dejan que traiga alguna gominola. Hablaré de los grandes temas, desde una cosa pequeñita como esa, para demostrar que son las cosas pequeñas las que hacen de la vida algo realmente grande.

-¿Siempre ha mirado así la vida?

-Yo creo que sí. He pensado mucho en mi forma de ver la vida, si era optimista o no. Porque el humor tiene esa forma irónica de ver la las cosas. No es un optimismo tontorrón, del que cree que todo va a salir bien y que no hay más que desearlo para que sucede, o del que ni siquiera ve el problema. El optimismo que yo tengo pasa por el trabajo.

-¿Le da muchas vueltas a sus monólogos?

-Sí. Intento trabajar mucho escribiendo, darle muchas vueltas. Luego voy a pequeñas salas y pruebo los textos, se los cuento a amigos, los pruebo en un teatro más grande y finalmente en un gran teatro.

-Y hace pensar. El humor que no reflexiona, ¿no es humor?

-Yo creo que todo humor tiene que invitar al pensamiento, tiene que hacer plantearte algo. Pero puede hacer pensar más o menos. Por ejemplo, en mi colegio había un chico que eructaba el alfabeto, y la gente se reía muchísimo pero, aunque haya una risa, no es un humor.

-¿No era usted el gracioso del colegio?

-Pues no, yo era un niño bastante anodino. Creo que pasé muy desapercibido. Yo no era el gracioso, pero tampoco era el aburrido que estaba en un rincón como una seta. Tampoco era el gran estudioso ni el que suspendía todo. Estaba en el medio, era el perfecto yerno [se ríe]. El perfecto señor con el que las señoras quieren que sus hijas se casen. Eso es lo peor que se puede ser.

-¿Ni siquiera la magia le ayudaba a destacar?

-Bueno, eso apareció cuando no era tan niño, ya era más adolescente. Ahí empezaba a ser un poco raro [risas], ya ni para yerno valía.

-¿Era muy friki?

-Muy friki. Los primeros frikis de la historia fuimos mis amigos Román García, Kike Pastur y yo, en una esquina del colegio. Cuando todos andaban con chicas, nosotros estábamos ensayando trucos de cartas en un rincón.

- De ahí pasó a recibir el año pasado el Performing Fellowship. Siempre habla de cosas pequeñas, pero a usted le pasan cosas muy grandes.

-Sí. Ese es un premio muy bonito. Se parece a los Nobel, porque lo da una academia, aunque el Nobel tiene una dotación económica potente, y en este caso a mí no me han dado ni un duro [se ríe]. Pero me ha hecho mucha ilusión, porque supone estar en una lista donde están los magos de los que yo aprendí.