Mis padres eran naturales de Lugo, pero al casarse se trasladaron a esta ciudad, donde nació mi hermana Vitorina, pero en 1936 emigraron a Buenos Aires, donde nací yo, para huir de la guerra. Años después regresaron y compraron con los ahorros que habían conseguido una pequeña casa en la calle Peruleiro y mi padre trabajó en un ultramarinos.

Nuestra casa, que aún conservamos, fue una de las primeras de la zona que tuvieron agua corriente y dos baños, por lo que se llevó un premio de la Delegación Nacional de Sindicatos, ya que en el barrio todos los vecinos tenían que ir a coger agua a la fuente.

Mi primer colegio fue el Nebrija, en la calle Panaderas y junto a la del Papagayo, por lo que estaban tapiadas las ventanas que daban hacia ella, aunque siempre que podíamos las abríamos para ver el ambiente que había allí, sobre todo cuando llegaban al puerto buques de guerra, ya que el barrio se llenaba por completo. Cuando salíamos de clase, solíamos pedir pitillos a los marinos, que siempre nos daban alguno.

Entre mis compañeros de colegio y amigos de la calle estaban Germán Álvarez Carreño, Varela, Fausto, Ínsua, Daniel, Alberto Berguer, María y Ángela. Recuerdo que entre nuestras diversiones estaba pasear por la calle Real tratando de ligar con las chavalas, aunque ellas pasaban de nosotros. También nos gustaba mucho hacer trastadas, como ir a espiar a las parejas que se escondían entre las pilas de tablas y los montones de sal que había en el muelle.

Los cines en los que mejor lo pasábamos eran el Hércules y el Rosalía de Castro, ya que se podía fumar y cuando la película era mala o se iba la luz montábamos un follón. En el Kiosko Alfonso la pantalla estaba en el medio de la sala en la parte de abajo y había unas sillas de tijera para sentarse por detrás de ella, por lo que la película se veía al revés, aunque esas entradas eran más baratas.

En verano esa sala se cerraba para dejar paso a un café cantante en el que actuaba Pepe Marqués y la famosa Orquesta Radio, además de muchos jóvenes que habían participado en los programas radiofónicos Desfile de Estrellas y La Ballena Alegre, que eran algo parecido a lo que hoy es Operación Triunfo.

A partir de los quince años hicimos guateques en un bajo que nos alquilaban en San Agustín, aunque también nos gustaba ir a los bailes de La Granja y a los de Circo de Artesanos, donde jugábamos al billar, mientras que en el local de Acción Católica en San Nicolás teníamos futbolines y pasábamos muy buenos ratos.

Con mucho sacrificio de mis padres, me fui a estudiar a Madrid la carrera de Ingeniería Industrial, que terminé en Barcelona. Al terminarla, empecé a trabajar en la Delegación de Industria en el plan de electrificación rural de la provincia, tras lo que entré en la factoría de Emesa para dirigir el montaje del puente de Rande y acabé siendo director general de la empresa. Más tarde creé la firma Cotecno con mi amigo José Manuel Teijido e hicimos obras importantes, como las que llevamos a cabo en la Expo 92 de Sevilla. En la actualidad, ya en solitario, sigo haciendo proyectos a través de la sociedad Albago Inversiones a pesar de que estoy llegando a los ochenta años.

Me casé con María del Pilar Gómez, a quien conocí en una fiesta en Foz a la que fui con mis primos José Luis y Marité. Tenemos dos hijos, Alberto y Laura, quienes nos dieron cinco nietos: Adrián, José, Pablo, Sara e Inés. Sigo viéndome con los amigos de mi infancia, a los que se sumaron otros de mi vida profesional, como Carlos Clerins, Ramón Otero, Alfonso, Fernando y Francisco Álvarez.