En muchas competiciones deportivas, en especial las de carácter aficionado, suele decirse que lo importante no es ganar sino participar. Claro que eso lo dicen siempre los que pierden. En esta segunda experiencia de concierto participativo que se realiza en nuestra ciudad, ganaron todos cuantos intervinieron en ella. El coro de la Sinfónica y las nueve corales que lo acompañaron (en total, diez agrupaciones vocales, más de trescientas voces), dispuestas en los laterales del auditorio del Palacio de la Ópera, compartiendo espacio con el público, y produciendo un extraordinario efecto de plenitud sonora y de estereofonía. Fue un concierto glorioso que ha tenido sin duda una importante fase previa pues no resulta fácil conjuntar a diez corales de muy diversas procedencias, preparación, experiencias y dimensiones. También resultó triunfador Carlos Mena que, con una dirección entregada y atenta a los menores matices, consiguió la difícil enpresa de que todo funcionase a muy alto nivel, sin errores ostensibles. E igualmente, nuestra orquesta, reducida, de acuerdo con la partitura, a la cuerda, más un órgano dos oboes y dos trompetas (mención especial para nuestro trompetista principal, John Aigi), que mantuvo ese extraordinario nivel de calidad que la caracteriza. De manera que el resultado fue soberbio y el público -modélico en la escucha respetuosa a lo largo de la obra y modélico asimismo en el entusiasmo desbordado en el final de cada parte- prorrumpió en una estruendosa aclamación al final de la obra. En cuanto a los solistas, sobresalientes la soprano Martínez, una lírica de precioso timbre, y el tenor, Resch, cantante de excelente escuela. Tanto la contralto Ascioti como el bajo Cruz, aunque cantan correctamente, carecen de carácter vocal y de proyección suficiente para desempeñar sus respectivos roles.