Nací en la calle Orillamar, donde viví con mis padres, Jesús y Goya, y con mi hermano Jesús Miguel. Mi padre era natural de Valencia y mi madre de Valladolid, pero se conocieron aquí, donde a él le destinaron como militar y fue además encargado de la droguería Bermejo, en cuyo local se ubicó más tarde el cine Savoy, por lo que él se dedicó a la representación de productos farmacéuticos. Mi madre se crió desde pequeña aquí con mis tías y fue profesora de música en la academia que tenían en San Andrés, a la que nos fuimos a vivir después.

El colegio de mis tías fue el primero al que asistí y permanecí en él hasta los doce años, edad en la que pasé al Ars, en la calle del Ángel, cuyo director era Álvaro Rey, un sacerdote muy conocido en la ciudad y que era párroco en Coirós. Allí me preparé para entrar en la Escuela de Comercio, que entonces estaba en el edificio de los Maristas en Teresa Herrera. Más tarde se trasladó al colegio Montel Touzet y finalmente a un edificio propio en la Ciudad Escolar en el que terminé los estudios de Peritaje y Profesorado Mercantil.

Al terminarlos me fui a Salamanca a estudiar Filosofía y al regresar trabajé como agente comercial y delegado de varios laboratorios farmacéuticos, profesión que desarrolle hasta mi jubilación.

Entre mis amigos de la infancia destaco a José Blanco Martín. Gonzalo Martín Letamendía, Emiliano Moreno y Sebastián Martínez, de quienes guardo un gran recuerdo de aquellos años. Solíamos jugar en el atrio de la iglesia de San Andrés con pelotas que hacíamos con trapos y papeles envueltos con una cuerda, así como con bolas del llamado barro catalán, aunque también las había de cristal que obteníamos de los sifones.

Otra forma de divertirnos era hace escapadas al monte de Santa Margarita en una época en la que la calzada de la avenida de Finisterre era de adoquines y en los alrededores había aldeas. Como no teníamos ni reloj ni ninguna prisa, cuando hacíamos estas escapadas nuestras madres se preocupaban por la tardanza y al volver a casa nos caía un buen castigo. Cuando teníamos el dinero necesario, alquilábamos bicicletas en un bajo que había frente al antiguo edificio de Correos, mientras que en la Dársena lo hacíamos con lanchas de remos, con una de las cuales que hacía agua por todas partes nos fuimos una vez hasta el castillo de San Antón, que todavía era una isla.

En mi juventud entré en Acción Católica y trabajé como voluntario en la Tómbola de Caridad en los jardines de Méndez Núñez e hice de San Nicolás en la parroquia de ese nombre el día de su festividad, para lo que me disfrazaba y regalaba caramelos a los chavales que iban allí al catecismo. Lo pasaba fenomenal aquel día, sobre todo cuando me visitaban amigas como Lupe San Millán, la de la tienda El Arca de Noé, y Elena Letamendía. Recuerdo que uno de los veranos que Franco vino a la ciudad, asistió a misa en San Nicolás con su mujer, Carmen Polo, y me encargaron que les llevara en una bandeja unos misales de mi madre y mi tía, que yo les entregué muy nervioso, ya que poca gente podía acercarse a ellos.

En ese tiempo también fui miembro del cuadro artístico de Radio Coruña, que los jueves hacía un programa infantil dirigido por Luis Iglesias de Souza del que luego surgió la agrupación teatral La Farándula, que representó muchísimas obras de teatro infantil. En 1945 entré además en la coral polifónica El Eco, de la que formé parte hasta los años noventa y de la que guardo grandes recuerdos, como intervenir en más de trescientas representaciones de ópera en esta ciudad y en Vigo, Oviedo y Madrid.

En la actualidad me sigo reuniendo con los contados amigos de mi infancia y juventud que me quedan y procuro viajar para conocer nuevos lugares, al tiempo que sigo cantando en el coro de la parroquia de San Nicolás.