Este proyecto de la Sinfónica de Galicia de crear coros y orquestas de niños y jóvenes, de los cuales pueden llegar a nutrirse el coro y la orquesta de adultos, es una idea inteligente. De hecho, ya han surgido de esta cantera músicos profesionales; algunos se han incorporado a la propia OSG y otros han volado lejos a orquestas europeas de renombre. El concierto de Reyes es un excelente test para comprobar sus progresos y además para que los niños se fogueen ante el público que es la verdadera piedra de toque para contrastar su evolución. Máxime cuando el público -con una gran mayoría de familiares de los propios intérpretes- se halla predispuesto en favor de los chicos. No es ni el tiempo ni la oportunidad para realizar una verdadera crítica musical; es el momento para el estímulo y para constatar con alborozo (en tiempo estamos de ello) la altísima calidad de nuestros jovencísimos artistas.

El público, que llenaba por completo el Teatro Colón, pudo disfrutar de un grato concierto en el que actuaron, por una parte, los dos coros -niños y jóvenes-; y, por otra, las dos secciones de la orquesta de niños; una primera, con intérpretes de entre 7 y 11 años (que dirige Iglesias); y una segunda, que comprende edades de entre 12 a 16 años (que dirige Montes). Los dos coros cantaron sendos programas de considerable exigencia (me pregunto, sinceramente, si demasiada exigencia). Creo que las dos secciones de la orquesta de niños interpretaron piezas más adecuadas para sus edades.

Los mayorcitos pudieron afrontar con notable acierto cinco piezas del Álbum para la juventud, opus 68, de Schumann, e incluso el Concerto grosso opus 6 número 8, de Corelli, "para la noche de Navidad". Todos juntos, voces e instrumentos, bajo la batuta de Jorge Montes, interpretaron la conocida pieza navideña, Adeste fideles, atribuida a John Francis Wade. Brillante colofón que fue aclamado.